Autor: Fernando Pascual
Hay dos extremos peligrosos
en la vida humana, según explicaba Pascal: estar lleno de ocupaciones, y estar
vacío de ocupaciones.
En el primer extremo, es
fácil sucumbir a una sensación de cansancio y de derrota. Vemos tantas cosas
que deben ser realizadas, sentimos tantos ojos que nos piden esto o lo otro,
deseamos acometer mil actividades... y el tiempo es corto.
El hombre que desea leer
varios periódicos, consultar distintos blogs, escribir muchos mensajes, asear
la casa, limpiar el coche, ordenar los papeles en la oficina, recoger
fotocopias, comprar libros, leer revistas, analizar el contenido de una
película famosa, conocer las novedades en el mundo tecnológico, tener un rato
para el deporte... seguramente sentirá una angustia profunda cada noche al ver
que no ha podido realizar ni la mitad de lo que se había propuesto.
En el segundo extremo, por
cansancio, por rutina, por fracasos, por la edad, por presiones externas, por
pereza, o por otros motivos complejos, uno se levanta y ve, ante sus ojos, un
día que no sabe cómo “llenar”.
La monotonía genera tristeza.
Reconocer que no hay ideales, sueños, deberes, citas; descubrir que nadie nos
pide nada, que nadie nos espera, que lo que hagamos o dejemos de hacer parece
no influir para nada en la familia ni en el mundo, nos lleva a una sensación
extraña de vacío, de inutilidad, de fracaso.
Frente a los dos extremos,
cada ser humano necesita abrir los ojos del alma para ver cuál es su misión, qué
puede hacer por los de casa y por los de lejos, cuáles son sus posibilidades
reales. Entonces es posible tomar decisiones concretas. Entre ellas, dejar de
lado lo que no vale la pena, y acometer con alegría y esperanza acciones
concretas, útiles, buenas.
Ayuda mucho, en ese sentido,
establecer prioridades y hacer un buen programa. Desde luego, el programa ha de
estar abierto a las mil eventualidades de la vida, para no convertirse en una
camisa de fuerza que genere angustias y que lleve a dar negativas a quienes
piden, en lo justo, nuestra ayuda. Al mismo tiempo, hay que reconocer con
realismo que no todo es posible, pues ocurren tantas cosas que impiden poner en
práctica deseos buenos y programas bien planeados.
Respecto de la situación
opuesta de quien no sabe cómo “matar” el tiempo y siente que su vida ya no
tiene sentido, vale la pena abrir los ojos y descubrir miles y miles de cosas
buenas que todos podemos llevar adelante: llamar o visitar a un familiar o
amigo enfermo, reunir objetos para darlos en beneficencia, leer buenos libros,
buscar lugares de internet donde se pueden establecer diálogos provechosos.
De modo especial, podemos
descubrir que todos, tanto el que vive abrumado por mil cosas como el que no
sabe qué hacer la siguiente hora, podemos elevar la mente y el corazón a Dios
con oraciones sencillas y confiadas.
Dios es quien dirige la
historia humana, quien ayuda a apreciar en su justa medida lo que hacemos y lo
que pasa, quien invita a horizontes de amor, de servicio, de entrega.
Cada hora, cada día, son ocasiones
que Dios nos ofrece para acercarnos a la Patria eterna. Basta simplemente con
tener el corazón bien anclado en el Evangelio, para servir a quienes, a nuestro
lado, viven, trabajan, luchan y aman.
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