Autor: Max Silva Abbott
Chile se encuentra hoy en uno de los
momentos más delicados de su historia, y si no se tiene una visión generosa y
con altura de miras, el daño podría ser considerable.
Ello, porque el prestigio de nuestra
clase política está casi exangüe, lo cual para varios, pone en tela de juicio
su continuidad para los próximos años, al menos de buena parte de ella. Todo
esto puede hacer que nuestro futuro llegue a ser bastante más complejo de lo
que muchos creen o incluso podrían prever solo semanas atrás.
En efecto, los diferentes escándalos que
han sacudido primero a la oposición y después al gobierno, así como las
continuas reyertas y descalificaciones emanadas de este último, están llevando
a buena parte de la población a un peligroso hastío, o en el mejor de los
casos, indiferencia respecto a quienes tienen la responsabilidad de dirigir los
destinos del país.
A lo anterior han contribuido también el
reiterado azuzamiento del descontento –pese a tener la mejor situación
económica e institucional de Sud y Centro América–, y de la odiosidad que se ha
levantado por todo lo que se ha construido en estos últimos cuarenta años,
fruto de un verdadero afán refundacional. Ello, porque cuando las rencillas
superan un cierto límite, no solo terminan afectando al adversario, sino que
también ponen en peligro la estructura misma que permite existir a quien hace
la crítica.
Todo lo dicho ocasiona un flaco favor a
la política y a la democracia chilenas, pues es el caldo de cultivo ideal para
los populismos, de los cuales ya está plagada América Latina. No solo porque
estos verdaderos caudillos terminan apropiándose del Estado, convirtiendo en un
espejismo la separación de poderes y la primacía y la igualdad ante la ley,
sino porque a fuer de sepultar más abierta o disimuladamente cualquier
oposición o resistencia a su ideario, se mantienen en el poder tanto mediante
la corrupción, como dando migajas a los más desposeídos a fin de secuestrar su
voto.
De ahí al afán de perpetuarse en el
poder no hay más que un paso, de lo cual también ya tenemos claros ejemplos,
como la pretensión de Rafael Correa, en Ecuador, de lograr para sí la
reelección indefinida. ¿Puede haber una práctica más antidemocrática que ésta?
Más que república democrática, se asemeja a una monarquía supuestamente
popular.
Es por eso que hoy nos encontramos ante
una situación tan delicada: porque se están dando las bases para un futuro
gobierno populista. Estamos cerca que un vivaracho capitalice el descontento y
el hastío existentes, y a punta de demagogia, obtenga un poder total,
personalista y que por ello pretenderá hacer irreversible.
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