Autor: Germán Sánchez Griese
Fuente: Catholic.net
“Debes creer en las apariciones de...”
“Yo no sé si sea cierto, pero desde que fui al Santuario de tal lugar, mi vida
ha cambiado. Fue una experiencia de fe, una conversión de vida”.
Con estos y otros muchos argumentos, hay
personas que se esfuerzan por propagar los mensajes que la Virgen ha prodigado
en diversas partes del mundo. Garabandel o Medjugorie son dos nombres entre
otros muchos que vienen a nuestra mente como muestras de ese esfuerzo colectivo
por dar a conocer un mensaje de la Virgen. En no pocas ocasiones estas personas
recurren incluso a la amenaza o al tremendismo al presagiar acontecimientos
funestos en caso de que no se sigan las indicaciones y las peticiones de la
Virgen. Muchos incluso contrastan estas apariciones con las aceptadas por la
autoridad eclesiástica como pueden ser Fátima, Lourdes o Guadalupe. ¿Cuál es la
diferencia entre unas y otras apariciones? ¿Debemos o no debemos creer a estas
apariciones recientes y a sus mensajes en ellas contenidos?
Es necesario distinguir antes que nada
lo que son las apariciones y sus aportaciones a la verdad revelada. Cada
católico busca, sin lugar a dudas, su salvación. Su vida se convierte así en un
esfuerzo por seguir la voluntad de Dios. ¿En dónde se encuentra contenida la
voluntad de Dios? Sin duda alguna en la Palabra revelada, en la Biblia, en las
Sagradas Escrituras. Ahí queda consignada la Palabra de Dios y todo lo que es
necesario para la salvación de nuestra alma. El Decálogo se fundamenta sobre
estas palabras: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te he sacado del país de Egipto,
de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí” (Ex 20,2-3). Por lo tanto “aquello que es
el hombre y lo que debe hacer se manifiesta en el momento en el cual Dios se
revela a sí mismo”, como nos dice la Encíclica Veritatis Splendor del 6 de agosto de 1993 en el número 10.
Todo lo que el hombre necesita para
salvarse se encuentra en la verdad revelada, consignada en la Biblia. Bien
sabemos que esta verdad no es una verdad que queda encerrada en el tiempo, una
verdad sólo aplicable a un determinado tiempo histórico y a unos hombres. Esta
verdad se extiende a todos los hombres y a todos los tiempos de la historia.
¿Quién es la encargada de velar por la fidelidad de la transmisión del mensaje?
Es la Iglesia Católica, pues fue Cristo, su mismo fundador quién le encargó a
la Iglesia esta misión. Dentro de la Tradición se desarrolla, con la asistencia
del Espíritu Santo, la interpretación auténtica de la ley del Señor. El mismo
Espíritu, que está en el origen de la Revelación, de los mandamientos y de las
enseñanzas de Jesús, garantiza que sean custodiados santamente, expuestos
fielmente y aplicados correctamente en el correr de los tiempos y de las
circunstancias.
Las apariciones por lo tanto no añaden
nada a la verdad revelada. Las apariciones, para ser auténticas, ayudan a
comprender y a vivir mejor la verdad revelada y deben sujetarse siempre a las
normas de la Iglesia, como guardiana que es, a nombre de Jesucristo, del
depósito de la fe. Por lo tanto nadie está obligado a creer en las apariciones.
Son una ayuda para vivir la fe, para la conversión, para acercarse más a una
vida de gracia. Pero no son esenciales a la fe.
Aclaremos bien lo dicho anteriormente:
una aparición, cuando es autorizada por la Iglesia, no puede ir en contra de la
verdad que Dios ha revelado a través de la Escritura y de la Tradición. Debe
ayudar y ése es su objetivo principal, a vivir con mayor fidelidad la verdad
revelada. Como un caso semejante tenemos la devoción a los santos que no añaden
nada a la verdad revelada, pero su ejemplo y su intercesión en el Cielo nos
ayuda a vivir con más coherencia, con más amor, con más fidelidad y con más
valentía nuestra fe.
Si hay personas que de alguna manera
tratan de tergiversar la fe católica haciéndola aparecer como dependiente de un
suceso, como puede ser una aparición, la recitación de oraciones en una cadena
que no debe ser interrumpida, la devoción particular a un santo o persona
venerable, hay que explicarles con mucha caridad que no están dentro del camino
que Cristo ha querido para la salvación. Esos actos nos sirven y nos ayudan
para alcanzar la salvación, no cabe duda, pero ni son la salvación en sí ni
sólo con cumplirlos alcanzamos la salvación.
La salvación se encuentra en la Palabra
revelada y custodiada por la Iglesia, tal y como ha quedado consignado en el
Código de Derecho Canónico: “Compete siempre y en todo lugar a la Iglesia
proclamar los principios morales, incluso los referentes al orden social, así
como dar su juicio sobre cualesquiera asuntos humanos, en la medida que lo
exijan los derechos fundamentales de la persona humana o la salvación de las
almas” (CDC, Can. 747,2).
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