Autor: Max Silva Abbott
Al mismo tiempo que en varios Estados de
Iberoamérica se destapan casos de corrupción que tienen en mayor o menor medida
acorralada a sus clases políticas (lo cual depende de las peculiaridades de
cada país, de las investigaciones en curso, y de la mayor o menor “cara de
palo” de los involucrados), es imposible no ver con creciente preocupación la
deriva política y económica que está tomando nuestra América, lo cual se ve
impulsado además, por sus organismos internacionales regionales.
En efecto, el giro hacia postulados no
solo de izquierda, sino abiertamente marxistas, los mismos que fueran
considerados como la gran tabla de salvación hace 40 años y que han fracasado
en todo el mundo, vuelven a enarbolarse hoy, y están haciendo que nuestra
América cierre los ojos ante la realidad del mundo y caiga en una especie de
solipsismo regional; algo así como un club de amigos donde refugiarse y en el
cual darse ínfulas unos a otros para seguir sin pausa con la agenda común.
En realidad, a tal punto ha llegado esta
deriva hacia la izquierda ideológica, que a nivel continental existe un
vergonzoso silencio hacia regímenes afines, pese a sus escandalosas prácticas
antidemocráticas y violación de los auténticos derechos humanos. Y no hablo
solo de Cuba o Venezuela, sino de los ya varios países en que el caudillismo va
paso a paso matando a la democracia.
Pero además, al mismo tiempo se hace lo
imposible por imponer este modo de ver el mundo de la mano de varios “nuevos
derechos”, que de alguna u otra forma pretenden darle más atribuciones al
Estado y dejar a los individuos solos frente al mismo. Iguales motivos explican
la cada vez mayor persecución contra todos aquellos que piensan distinto,
partiendo por los que han cometido el pecado de querer sacar a sus países de la
pobreza mediante la inversión y el trabajo.
Ahora bien, la novedad de todo este
fenómeno, es que ahora este afán totalitario se realiza de la mano del derecho,
tanto de leyes o tratados, como de sentencias de tribunales nacionales y
regionales. Es decir, aquí el derecho ya no es un límite al poder ni una
barrera de contención para evitar los abusos, sino todo lo contrario: un gran
amplificador para imponer esta ideología, ojalá para siempre, como pretenden
sus impulsores.
Nuestra América va así, por un camino
muy peligroso, que ha fracasado varias veces en el pasado, que pretende
perpetuar en el poder a sus promotores, y que podría traer más pobreza y
opresión sobre sus habitantes, pues como se sabe, el peor abusador es el Estado,
lo cual se agrava mucho más, si los organismos internacionales regionales se
encuentran en el mismo predicamento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario