Autor:
Fernando Pascual
Dios
actúa siempre. Por eso a lo largo de la historia ha enviado y envía a hombres y
mujeres que testimonian su Amor, que denuncian pecados y tibiezas, que sacuden
las conciencias, que promueven auténticas renovaciones.
Por
desgracia, junto al trigo aparece la cizaña. Por eso surgen hombres y mujeres
que dicen ser mensajeros de Dios, que lanzan profecías y mensajes atrevidos,
pero que hablan lejos del auténtico Evangelio y sin una sana dependencia de la
jerarquía católica.
Por
eso, entre los diversos criterios que ayudan a distinguir si estamos ante un
enviado de Dios o ante un farsante, hay dos muy sencillos y casi siempre
seguros: la humildad y la obediencia.
Porque
si alguien ha recibido un mensaje de Dios, reconocerá su pequeñez y abrirá su
alma para obedecer a quienes, en la Iglesia fundada por el mismo Cristo, tienen
la tarea de guiar al rebaño y defender la verdad.
Entonces,
cada vez que leamos o escuchemos una voz nueva que amenaza, exhorta, reza, hace
gestos portentosos (también los demonios pueden realizar “milagros”), basta con
preguntarnos: esta persona, ¿tiene permiso de su obispo? ¿Obedece y es humilde?
Así,
con este sencillo test, podremos dejar de lado mucha paja y avisar a amigos,
familiares y conocidos para que no pierdan el tiempo en profetas dudosos, y así
lo puedan emplear en mejores causas.
En
concreto, al librarnos de tanto pseudo profeta y falso visionario, invertiremos
nuestro tiempo en lo mucho seguro que ya tenemos como católicos: la Biblia, los
concilios, los Santos Padres, el Magisterio de los Papas, el Catecismo de la
Iglesia católica, y tantos santos que nos hablan de Dios con fe, humildad y
obediencia a la jerarquía fiel a la milenaria fe de la Iglesia.
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