Autor: Fernando Pascual
No es fácil ofrecer una palabra de aliento y de consejo a la mujer que
acaba de iniciar un embarazo no deseado.
Su corazón sufre al ver cómo en su vida se inicia un cambio inesperado.
Sabe que en ella se esconde una nueva vida, pero sabe también que esa nueva
vida llega precisamente en una situación difícil, tal vez en medio de tensiones
profundas o fuera de cualquier deseo de acoger a un nuevo hijo.
La tentación del aborto puede crecer por momentos, incluso parecer la
“solución” más fácil. Si desaparece el hijo, se acaba el “problema” y la vida
vuelve a sus cauces normales. La tentación es fuerte, incluso llega como un
consejo dado por muchos, o, no pocas veces, es el resultado de la presión más o
menos fuerte que ejercen padres y amigos, compañeros de estudio o de trabajo.
Al mismo tiempo, existe una voz interior que desearía hablar fuerte,
abrir una puerta a la esperanza. Que querría decirle a esa mujer que vale la
pena amar al hijo que ya está en diálogo íntimo, profundo, con su madre.
A quien se encuentra en ese drama, a quien tiene momentos fuertes de
angustia y de dudas, a quien piensa en lo “fácil” que sería el aborto, podría
ayudarle leer el testimonio de quienes han pasado por una situación parecida.
Las líneas que ahora recogemos fueron escritas el 4 de julio de 2005,
en un mensaje firmado. Vienen de un corazón que dijo “no” al hijo. Un corazón
que luego lloró profundamente ante el error de esa opción triste y dramática.
Vienen de quien querría ayudar a otras mujeres a no cometer el mismo fallo, a
abrirse al amor hacia el hijo necesitado; a pensar en Dios, Amante de la Vida y
defensor de los débiles, misericordioso con los que yerran y siempre cercano a
quienes, con generosidad, piden su ayuda para acoger y amar al propio hijo.
“Es importante para la mujer con actitudes de rechazo el pensar no
solamente en el corto o incluso mediano plazo de las consecuencias del aborto.
El creer que se «acabó» con un «problema» es una falacia tan peligrosa y tan
sencilla de creer.
Debe pensar más allá, en las cuentas que rendirá a Dios cuando la vida
terrenal haya terminado. No contarán entonces las circunstancias que se haya
tenido por más difíciles que éstas hayan sido, como la falta de apoyo de la
pareja, el miedo al qué dirán los amigos, la sociedad, los jefes, la situación
económica, etc.
A fin de cuentas, toca sólo a la mujer el tomar o no la decisión de
abortar... Y solamente ella dará explicaciones al Todopoderoso. Ni la pareja,
ni los papás, ni los amigos, ni los jefes, tendrán que justificar este acto
ante Dios, sino sólo la mujer.
Yo, en lo personal, tuve mucho miedo al qué dirán, pues la gente tiene
un concepto muy diferente de mí al de una mujer que ha abortado por decisión
propia... Pero me olvidaba que no es a la sociedad a quien debo de agradar: el
que importa realmente es Dios. No debe de ganar en esos momentos de decisión la
desesperación, madre de tantos errores, al menos en mi vida...
Hoy no me sirve de mucho el sentirme «socialmente aceptada» ya que no
me siento completamente en paz con Dios. Con ese Dios que me brindó la
oportunidad de ser madre y guiar a un ser humano carne de mi carne, sangre de
mi sangre... Y yo, sencillamente, maté esa oportunidad.
Ahora pienso en las alegrías que esa oportunidad me habría traído
consigo: el verle crecer, el poder amar y brindar todo mi cariño y amor
incondicional a un ser tan inocente y tan puro. Las oportunidades que le quité
como el ser feliz, el apreciar la belleza de un amanecer, de un atardecer, el
sentirse amado y amar, el hacer grandes acciones para el bienestar común; poder
demostrarle que la vida está llena de cosas buenas y malas, pero que vale la
pena el afrontar las dificultades por más difíciles que éstas parezcan... Pero
ya es demasiado tarde...
En conclusión, no solamente debí de pensar en las dificultades, sino
también en las alegrías y satisfacciones que el seguir con el embarazo me
hubiese traído. Cuando inicialmente tienes una actitud de rechazo como mujer
ante el embarazo hay que pensar en todas las circunstancias, las buenas y las
malas. Y si las malas circunstancias parecen ser mayores que las buenas, hay
personas a quienes recurrir y que nos pueden apoyar, como una buena amistad, un
familiar de mucha confianza, un sacerdote, etc. Ellos nos ayudarán a despejar
un poco nuestra mente en esos momentos de desesperación y desconcierto, al
darnos una visión más amplia de la decisión que implica el abortar.
Esta fue mi experiencia, espero sirva de algo a alguna persona”.
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