17 de octubre de 2012

Liberada por tres leones

Autor: Álvaro Correa

Una niña etíope de doce años fue raptada por unos hombres desconocidos. Parece ser que éstos habían sido enrolados para introducirla en el giro de los matrimonios precoces. Tristemente se trata de una práctica difundida en esa región. La niña gemía y lloraba...

Yendo hacia un escondite, en pleno descampado, los raptores se vieron sorprendidos por tres leones. Los hombres huyeron despavoridos. La niña se quedó abandonada y literalmente debería haber sido un bocado tierno para los felinos. El comportamiento de éstos, sin embargo, fue del todo insólito. En vez de hincarle el diente, los reyes de la selva le ofrecieron compañía y protección. La niña gemía y lloraba...

Cuenta el sargento de la policía local que, cuando llegó con sus compañeros al lugar del hecho, los leones se alejaron mansamente, como si estuviesen esperando su llegada. ¡Increíble! El viento llevó la noticia envuelta en aureola de milagro. Algunos comentaron que quizás lo que ocurrió es que los leones confundieron los lamentos de la niña con los de sus cachorros. Podría ser así, pero es innegable que los grandes felinos “se dieron cuenta” de que la niña no era un cachorro. Ella solo gemía y lloraba...

Esta aventura, tejida con hilos de sorpresa, gozó de un final feliz: la niña regresó a su familia, los leones se adentraron de nuevo en su territorio de caza, y los secuestradores dieron cuenta de su fracaso, motivado por una fuerza ciertamente mayor.

No viviendo en la sabana y contando con una remotísima posibilidad de encontrar por la calle a tres leones, uno se puede permitir el privilegio de admirar la liberación insólita que vivió la niña. Podríamos llamarla -en alusión a las hazañas bíblicas- : “Daniela en compañía de los leones”.

Como quisiéramos que nuestros niños y niñas de las grandes ciudades gozasen de la complicidad amigable de los leones. En Etiopía hay peligros, pero a veces no se comparan con los que se esconden entre los edificios de nuestras ciudades o con aquellos inoculados en el corazón de nuestros hogares. Están al acecho hábiles secuestradores de la inocencia, de la paz, de la generosidad, del pudor, de la honestidad, de la fe y buenas costumbres. ¿Quién defiende a nuestros niños y niñas contra la visión meramente materialista de su vida y del mundo? ¿Quién los auxilia contra el virus de la inmadurez en su comportamiento? ¿Quién sale en su defensa frente a la difusión de la pornografía, de las drogas y del alcohol? ¿Quién les echa una mano para orientarlos hacia ideales nobles, eternos y comprometedores?

Los leones de Daniela tendrían trabajo abundante en nuestras capitales y ciudades de provincia. Lamentablemente es muy difícil que vengan hasta acá para repetir su gesta. ¿Y nuestros leones de ciudad? Serían más útiles ayudando a los niños y superarían el aburrimiento colosal que pasan entre las rejas de los zoológicos o de los circos.

Nuestro buen Dios y el ejército de almas de buena voluntad toman el lugar de los leones.  Hay que estar ciegos para no ver los frutos maravillosos de la gracia divina y del amor en la formación y educación de los niños. En cada barrio hay una parvada de chicos alegres, de ojos limpios y sonrisa fácil; de las escuelas emanan sus gritos de júbilo y su algarabía; se les ve correr detrás de un balón o pasar como saetas sobre sus patines. El cuidado de Dios y el de su familia y educadores es el mejor león que les ha tocado en suerte.

La niña etíope gemía y lloraba... Los leones acudieron a socorrerla... Estemos atentos para saber escuchar los lamentos de nuestros niños y niñas, sin confundirlos con sus caprichos. El teatro de la sociedad actual ha sabido encubrir sus necesidades hondas, aquellas que brotan del alma, detrás de una sonrisa de escaparte. Hay que estar con los ojos abiertos, más que los leones ante las presas, pues, ¿no es un lamento la dependencia del niño por la televisión y los videojuegos? ¿No es un gemido su indisposición ante todo lo que implique una renuncia a sus gustos? ¿No son un grito de angustia sus manifestaciones de pereza y la ligereza con que se toma las pequeñas tareas que se le encomiendan? Entendamos estas situaciones como una seria invitación a actuar con firmeza y sin dilación.

Nuestros niños y niñas también gimen y lloran.... Hay que liberarlos, con la fuerza del amor a Dios y a los demás, de las cadenas doradas del materialismo, de la vida entendida como búsqueda de placer, bienestar y poder, del ir creciendo en la vida sin madurar en el alma.

Los leones de Etiopía entenderían bien que se trata de una súplica de ayuda.

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