26 de octubre de 2012

Año de la fe: un tiempo para entrar en el mundo real

Autor: Jesús David Muñoz
La Iglesia ha dado inicio este jueves, 11 de octubre de 2012, al Año de la fe. Dicha iniciativa ha sido impulsada de primera mano por el mismo Benedicto XVI, quien ha sido también promotor de llamado Atrio de los Gentiles, un espacio para avivar el diálogo abierto y sincero con los “no-creyentes”. Así mismo, en agosto de 2011, el mismo Pontífice logró reunir casi un millón y medio de personas en Madrid bajo el lema: “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (cf. ForumLibertas 24.10.2011).
Benedicto XVI, no contento con hablar de la fe solo a los “no-creyentes” y a los jóvenes del mundo en la JMJ de Madrid, ha querido invitar a la totalidad de la Iglesia militante a redescubrir la alegría de creer.
En otras palabras, el tiempo de gracia que inició con la apertura de este año quiere dar respuesta no solo a los que se cuestionan si Dios existe, sino también a aquellos que se preguntan cómo llegar a ser santos, pasando por los que pretenden tratar directamente sus asuntos con Dios dejando a un lado a la Iglesia.
Hablamos de un año dirigido a la Iglesia Universal: conversos, fervorosos, pecadores, indiferentes, fríos…, pues todo cristiano experimenta el vacío y el desierto de vivir en un mundo cada vez más alejado de Dios (cf. Benedicto XVI, Homilía de apertura del Año de la fe, 11.10.2012), y corre el peligro de caer -como afirmaba Raniero Cantalamessa- en la gran herejía del mundo contemporáneo: la secularización.
Secularización (del latín saeculo: siglo), viene a significar la actitud por la que el hombre vive y alimenta su espíritu de las cosas del siglo, de las corrientes e ideologías de moda, dejando de lado la búsqueda de lo espiritual y perdiendo el sentido de lo Sagrado con una visión del mundo que no ve más allá de lo físico, material y científicamente medible.
Este cáncer destructor del alma del mundo ha tocado muchas veces las puertas de la Iglesia; desgraciadamente muchos, en el afán de abrirse al mundo, han caído en la trampa de pensar que solo de pan (del pan que da el siglo) vive el hombre, y han querido que la Iglesia abra sus ventanas para respirar los gases contaminantes de una libertad ciega y de un sacro convertido en profano.
El Papa teólogo con este año propone a la Iglesia y a todos los hombres entrar en el mundo real; ese mundo real que va más allá del hoy inmediato, de los titulares de la prensa, de lo calculable y percibido por los meros sentidos; ese mundo real donde la gracia, el poder y el amor de Dios hecho carne en Jesucristo son el fundamento último de todo cuanto existe: lo visible y lo invisible.
“La fe –afirmaba el entonces joven profesor Ratzinger en uno de sus mejores libros sobre este tema -  es la conversión en la que el hombre se da cuenta de que va detrás de una ilusión al entregarse solamente a lo visible […] Ella (la fe cristiana) siempre tiene algo de ruptura arriesgada y de salto, porque en todo tiempo implica la osadía de ver en lo que no se ve lo auténticamente real, lo auténticamente básico […] pues no trata simplemente de lo eterno que queda fuera del mundo sino de Dios en la historia, de Dios como hombre” (Introducción al Cristianismo, Sígueme, Salamanca 1976, pp.32, 33 y 35).
Todos los cristianos están expuestos al error de ver el mundo según la caricatura que ha hecho el pecado. Este año busca formar cristianos que sean luz del mundo y que sepan elevarse a contemplar la amplitud de la realidad auténtica que propone la fe, en la que el hombre, antes que producto del azar y de la evolución, es resultado de una revolución: del amor de Dios hecho hombre.
Bien lo decía Chesterton: “Sólo la Iglesia Católica puede salvar al hombre ante la destructora y humillante esclavitud de ser hijo de su tiempo […] Porque la palabra secular no quiere decir algo tan sensato como mundano, ni siquiera algo tan enérgico como irreligioso. Ser secular es pertenecer al siglo, es decir, a la época que está pasando; tiempo que, de hecho, ya ha pasado. Solo hay un equivalente adecuado para la palabra secular: anticuado […] La fe amplía el mundo por sí misma. El mundo sería pequeño sin ella” (Por qué soy católico, El buey mudo, Madrid 2010, pp. 502 y 585).

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