12 de octubre de 2012

Sergei Kourdakov, El esbirro (The Persecutor), Palabra, Madrid 2007, 17ª ed. (recensión)

Autor: Luis Alfonso Orozco
Fuente: Ecclesia. Revista de cultura católica

Sergei era un joven ruso que murió a los 22 años de edad, pero había corrido bastante para sus pocos años. Desde los 4 años quedó huérfano y a los seis entró en un orfanato estatal, de los miles que regentaba el sistema comunista en toda la Unión Soviética. Eran los años de la posguerra y en pleno auge mundial del comunismo.

La formación de Sergei fue la de un perfecto joven comunista: adiestrado al ateísmo oficial del partido, que en los años 50s y 60s, profesaba una ciega devoción cuasi religiosa al “padre Lenin”. Fue adiestrado meticulosamente para hacer de su persona un perfecto propagandista de la doctrina comunista entre las juventudes, de las que fue líder nato y dirigente por sus méritos.

Mientras estudiaba en una academia naval en Kamchatka, en el extremo oriente de la URSS, fue seleccionado por la policía secreta comunista para constituir un grupo violento de choque con el fin de combatir a los “religioznik”, es decir, a los creyentes cristianos quienes se reunían en la clandestinidad para rezar y leer la Biblia. A Sergei y a sus jóvenes camaradas la KGB les instruyó acerca de que los creyentes eran la principal amenaza interna para el régimen comunista, y que por lo tanto no deberían mostrar ninguna piedad al perseguirlos, golpearlos brutalmente cuando los descubrían en sus reuniones y requisarles las biblias que les encontraban, como prueba palpable de sus “delitos”.

Inició así una etapa de embriaguez en la violencia deshumanizante para Sergei porque él con su grupo de choque acabaron a porrazos con numerosas reuniones de los “religioznik”; los muertos y heridos, entre ellos mujeres y ancianos no eran problema porque se trataba de “enemigos peligrosos del sistema”. Después de golpearlos con saña diabólica se llevaban presos a los responsables. A Sergei y su equipo la policía les pagaba con rublos y vodka. Pero mientras que Sergei y los suyos los vencían con la fuerza, los cristianos en realidad iban ganando poco a poco en su alma, con su moral y alta dignidad, que no podrían someter por la fuerza bruta.

Poco a poco Sergei se iba sintiendo incómodo consigo, pero fascinado por los creyentes y en particular por Natasha, una bella joven ucraniana, a quien apresaron y golpearon brutalmente en dos ocasiones. Natasha dejó una huella honda en Sergei, por su espíritu inquebrantable y una recta voluntad no sometida. La libertaron y poco después ella regresó a Ucrania.

Sergei no supo más de ella pero se habían roto todas sus certezas sobre el comunismo y entonces tramó un plan para escapar de la URSS a la primera oportunidad: lo logró en septiembre de 1971 cuando viajaba en una nave rusa desde la cual saltó al helado mar frente a la costa de Canadá. Después de muchas peripecias obtuvo el asilo político primero en Canadá y después en los Estados Unidos. Sin embargo, el rencor comunista le siguió los pasos hasta dar con él pues murió de un disparo en circunstancias extrañas, al comenzar el año 1973 en una estación de esquí de California. En un primer momento se difundió la noticia de que se había suicidado, pero pronto se descartó esa posibilidad.

En sus meses de estancia en Canadá se preparó para el bautismo e ingresó en una iglesia cristiana. A instancias de sus amigos dejó redactadas sus memorias, con las que se compiló esta gran obra, El esbirro. Muy recomendable para todos los públicos pero en especial para los jóvenes.

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