1 de julio de 2013

Entre el suicidio y la familia

Autores: Francisco Ortega y Alejandro Martín del Campo

Los hechos cotidianos, en gran medida, reflejan la realidad de la sociedad actual. Y quizá, su monótona repetición, los convierten en hechos indiferentes. Que alguien persona muera de hambre en Somalia, o que un joven se suicide han dejado de impactar con fuerza arrolladora. Estos acontecimientos, sin embargo, son síntomas de una sociedad enferma, que carece de los principios morales más elementales.

Un problema de salud pública mundial es la epidemia del suicidio. Jóvenes, adultos, personas ya mayores, optan por acabar con su vida. En España, según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) 3.145 personas  se quitaron la vida en 2010. Aunque no es un suceso aislado en particular, para la Organización Mundial de la Salud (OMS) sí que es un problema de salud pública mundial.


En cinco años los suicidios han aumentado más del 80% en preadolescentes, y el 100% en adolescentes. “Cada 40 segundos una persona se suicida y cada tres segundos hay un intento de suicido en el mundo”, afirma la OMS.

Es fácil confundir la causa y el detonante que lleva a una persona al suicidio. Y se escucha: “El joven se suicidó porque lo despidieron del trabajo debido a la situación económica”. Sin embargo, Miguel De Zubiria, especialista en el tema, en su libro “Mil motivos y tres causas del suicidio en los jóvenes”, nos invita a una reflexión más profunda de la situación. Las principales causas del suicidio son:
·       Incompetencia interpersonal al interactuar con otros (soledad).
·       Incompetencia intrapersonal al interactuar consigo mismo (depresión).
·       Escasa habilidad para afrontar circunstancias difíciles (fragilidad).

La soledad se refiere a  los vínculos y los nexos afectivos con los demás, familiares y amigos. El hombre se desarrolla en la comunión con lo demás; de aquí la importancia de saber abrirse a otros.

Estar deprimido significa estar mal en la vida: con lo que se hace (no enfrentar activamente las dificultades), con los otros, y consigo mismo.

La fragilidad se concibe como la poca capacidad de enfrentar los problemas, vulnerabilidad ante individuos y grupos en sus propias decisiones, y la poca capacidad de encarar y sostener sus propios criterios y valores. Esto le convierte a uno en una persona muy permeable ante los problemas, que llega, incluso, a somatizarlos.

 La emergencia sanitaria del suicidio es una realidad patente, y, según el especialista antes citado, la familia y la educación permisiva serían las principales causas de los males mencionados.

La educación permisiva bloquea al niño dos funciones psicológicas definitivas: anhelar y apreciar.  Los padres permisivos alejan a sus hijos de cualquier evento negativo, evitándoles los dolores y los sufrimientos. Les dan a sus hijos analgésicos ante cualquier leve molestia, y antidepresivos ante dolencias psicológicas. Esto tiene como consecuencia el generar apatía, algo que se manifiesta en perder el interés del niño por fijarse metas y suplir necesidades por sí mismo, porque todo se lo dan.

Entonces, ¿qué deben hacer los padres? Una ayuda al desarrollo de sus hijos para la vida adulta consiste en la enseñanza formativa. El objetivo es que el niño aprenda  a enfrentar conflictos, resolver desacuerdos interpersonales; y supone llenar dos condiciones que muchos padres omiten: tener desacuerdos  y enseñarles a sortearlos. Hacer entender que el servicio hacia los demás, a través de actividades continuas, permite al joven crecer espiritualmente y psicológicamente, adquiriendo, incluso, habilidades de liderazgo.

La familia no es un juego; ésta se vincula con la emergencia sanitaria del suicidio, y otros temas importantísimos. ¿Cuántas instituciones públicas se dedican a la formación familiar en busca de una sociedad sana?

Juan Pablo II, al final de su exhortación sobre las familias, decía con convicción: “¡El futuro de la humanidad se fragua en la familia!” (“Familiaris consortio” n. 86). La institución familiar, como tradicionalmente se ha vivido, es salud para la sociedad. Por consiguiente, es imprescindible y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por promover los valores y exigencias de la familia, gracias a la cual será posible poner un dique eficaz ante el drama de los suicidios.

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