10 de julio de 2013

El peligro de la autorreferencialidad

Autor: Fernando Pascual

La palabra parece extraña, pero el significado es sencillo: la autorreferencialidad consiste en medir continuamente todo lo que uno piensa, desea, realiza y le ocurre en función de si le gusta o le gusta, de si le ayuda o no le ayuda, de si luego estará más contento o menos contento.

Es normal que cada uno, ante un hecho, sienta alegría o tristeza, miedo o esperanza, rabia o entusiasmo. El peligro está en paralizarse y en pensarlo todo en función de evitar lo que a uno le desagrada y de buscar solo aquello que da seguridad y placer (físico o espiritual).

Ese peligro afecta a todos los seres humanos. También a los católicos, que pueden dejarse aprisionar por sus miedos y sus aspiraciones hasta llegar a encerrarse en un continuo autoexamen en el que analizan si están satisfechos o insatisfechos, cuando la vocación del bautizado es, fundamentalmente, de puertas abiertas, de aventura, de valor, de entusiasmo, de esperanza.

Por eso el Papa Francisco ha dado el alerta para apartarnos de ese peligro. En la homilía del domingo de Pentecostés de 2013, dirigida a los movimientos y asociaciones laicales dentro del marco del Año de la fe, dijo: “El Espíritu Santo nos introduce en el misterio del Dios vivo, y nos salvaguarda del peligro de una Iglesia gnóstica y de una Iglesia autorreferencial, cerrada en su recinto; nos impulsa a abrir las puertas para salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio, para comunicar el gozo de la fe, del encuentro con Cristo” (19 de mayo de 2013).

El día anterior, en las vísperas de Pentecostés, el Papa había repetido una idea que se ha hecho ya famosa: “Prefiero una Iglesia accidentada, a una que está enferma por cerrarse”.

Una semanas antes, en la misa con los sacerdotes de la mañana del Jueves Santo, el Papa Francisco hizo una hermosa invitación a salir: “Así hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las «periferias» donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones”. Y en seguida advirtió del peligro de estar mirándose a sí mismos una y otra vez como si de esta manera pudiéramos encontrar a Cristo. Lo dijo con estas palabras:

“No es precisamente en autoexperiencias ni en introspecciones reiteradas que vamos a encontrar al Señor: los cursos de autoayuda en la vida pueden ser útiles, pero vivir nuestra vida sacerdotal pasando de un curso a otro, de método en método, lleva a hacernos pelagianos, a minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás; a dar la poca unción que tengamos a los que no tienen nada de nada” (28 de marzo de 2013).

Cuando superamos el peligro de vivir de modo autorreferencial, cuando ponemos en el centro a Cristo y a los hermanos, nos convertimos en auténticos creyentes. Entonces la fe se vive con entusiasmo, con confianza, desde un testimonio que atrae. Abrimos las puertas (otra idea que le gusta al Papa Francisco) para dejar entrar a tantos hombres y mujeres que buscan, quizá sin saberlo, a Dios; y salimos hacia las “periferias” (otra palabra clave del Papa Bergoglio), hacia quienes esperan, tal vez sin decirlo, una luz, una ayuda, un consuelo, una mano amiga.

Todo ello será posible si dejamos de lado ese peligro de la autorreferencialidad, con sus muchas manifestaciones (desde el exceso de reuniones hasta la burocratización que asfixia), para dejarnos llevar, libres y enamorados, por el viento del Espíritu de Cristo.

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