7 de agosto de 2013

¡Levántate y anda!

Autor:  Jorge Alberto Mora González
¿Para qué sirven los milagros? Yo creo que los milagros son hechos extraordinarios que Dios permite para acrecentar nuestra fe y acercarnos a Él. Es por eso que Él los hace.
El Evangelio narra el milagro de un paralítico que es curado al ser llevado a Cristo por sus amigos. El milagro sucede después de que Cristo ha visto la fe del enfermo y la fe de aquellos amigos que hicieron el esfuerzo de cargarlo y acompañarlo con la esperanza de ser curado. En pocas palabras, los milagros no son solo hechos que aumentan nuestra fe, sino que también necesitan un poco de fe, de confianza, de espera.
Hablar de milagros muchas veces nos hace pensar en curaciones que parecían imposibles, o sucesos que son inexplicables a la luz de la ciencia y de la razón. Pero hay milagros que van más allá y que son más profundos, y por eso también son más difíciles de ver. No me refiero a milagros que curan una parte del cuerpo, sino a milagros que se dan en un nivel espiritual, solo entre Dios y tú.
Esos milagros, son aquellos que pasan en el silencio de nuestro corazón, en la transformación de nuestra persona por medio del amor y de la bondad. Muchas veces el ruido y el ritmo acelerado de nuestra vida enfrían nuestra capacidad de maravillarnos y de ver todos los milagros que pasan a nuestro alrededor… Pero allí están, allí están las cosas extraordinarias que nos parecen ordinarias: el don de la vida, consolar a una persona, una sonrisa, lo que ustedes quieran. Lo importante es ver todo como algo que no es nuestro, sino que nos es dado.
Sin embargo, Dios también hace esos milagros externos y visibles para ayudarnos y para iluminar nuestra vida en aquellos momentos oscuros. El Catecismo de la Iglesia Católica expresa muy bien el rol de los milagros al decir: “Jesús acompaña su palabra con signos y milagros para atestiguar que el Reino está presente en Él … Si bien cura a algunas personas, Él no ha venido para abolir todos los males de esta tierra, sino ante todo para liberarnos de la esclavitud del pecado”.
En la vida necesitamos de esos amigos que, como en el relato evangélico, tengan fe, se lancen, nos carguen y nos lleven a Dios para escuchar también el “Levántate y anda” que Cristo le dice a ese paralitico.
¡Es cierto! ese levántate y anda se repite cada vez en nuestra vida. Se repite cuando estamos “paralizados” de formas distintas: cuando la vida nos parece imposible, cuando nos sentimos solos, cuando pensamos que el mal es más fuerte que el bien, cuando nuestros planes no salen como queríamos, Dios nos dice de nuevo: “Levántate y anda”.

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