17 de agosto de 2012

Fundamentalismos y radicalidad cristiana

Autor: Jesús David Muñoz
Existen en la actualidad dos tipos de violencia contra los cristianos según explicó en declaraciones a Radio Vaticana Mons. Silvano Maria Tomasi, representante de la Santa Sede en la 20º sesión del Consejo para los Derechos Humanos de la ONU (cf. ForumLibertas 16.07.12).
La primera de ellas se refiere a la física y directa sobre las personas, muchas veces protagonizada por el extremismo islámico; la otra, más sutil, hace de la corriente del laicismo una especie de dictadura antirreligiosa.
Ambas han llegado a constituir dos fundamentalismos frente a los que el cristiano de nuestros días tiene que dar una respuesta.
Fundamentalismo islámico
Países como Irak, Egipto, Kenia, Pakistán, Nigeria, Siria y un largo etcétera han sido escenario en los últimos años de violencia integrista islámica contra los cristianos.
El hecho más sonado últimamente ha sido quizás el hallazgo de 50 cadáveres quemados en una iglesia en el estado nigeriano de Plateau (cf. Zenit 09.07.12). Aunque no por eso deben olvidarse aquellos que parecen menores por su cobertura mediática, pero que también constituyen un atropello a la libertad religiosa, como los cristianos que arrestados en Laos por explicar la Biblia (cf. ACI 08.07.12) o aquel que murió asesinado en Pakistán de manera brutal por un extremista musulmán para el que trabajaba (cf. ACI 02.07.12).
Ante acontecimientos como estos, muchos en Occidente se preguntan con real inquietud si el radicalismo islámico tiene o no fundamento legítimo en la religión predicada por Mahoma.
El Corán, que para los musulmanes es la palabra “increada” de Dios “descendida” del Cielo, y que excluye toda posible interpretación crítica o histórica, presenta no insignificantes contradicciones que dejan bastante ambigua la cuestión de si el fundamentalismo tiene o no fundamento posible en la doctrina de Mahoma.
En el versículo 29 de la azora de la conversión, por ejemplo, se ordena: “Combatid contra aquellos que no creen en Dios, ni en el último Día, y no consideran prohibido lo que Dios y su apóstol (Mahoma) prohíben, ni profesan la religión de la verdad, o sea, aquellos a quienes se ha dado el Libro (judíos y cristianos), hasta que paguen la jizya (tributo) en la mano, humillándose”.
Por el contrario, en el versículo 257 de la azora de la Vaca (II) afirma: “No haya constricción alguna para la religión”. En la azora de Jonás en el versículo 99 se comenta: “Ahora bien, si tu Señor lo hubiera querido, los que están en la tierra hubieran creído todos en general; ¿acaso quieres tú obligar a los hombres que sean creyentes?”.
El Corán y la Sunna (libro que recopila el conjunto de las tradiciones islámicas vinculadas a Mahoma) dan pie a dos lecturas: una que opta por los versículos que invitan a la tolerancia respecto a los otros creyentes, y otra lectura, igualmente legítima, que prefiere los versículos que invitan al conflicto. Dicho con otras palabras, quien quiera basar su postura de tolerancia o de violencia en el Corán, en la Sunna o en algún hadiz como: “Sabed que el Paraíso está bajo las sombras de las espadas”, puede hacerlo con la legitimidad que le da la misma ausencia de la exégesis (cf. Samir Khalil Samir, Cien preguntas sobre el Islam, Encuentro, Madrid 2006, pp. 43-59).
Con un poco de reflexión, la perplejidad llegaría a ser más profunda, pues es complejo explicar cómo pudo Dios, después de haber enviado a Jesús de Nazaret a enseñar las bienaventuranzas y el amor al prójimo, hacer surgir un  profeta como Mahoma con quien la humanidad parece retroceder al proponer de nuevo como criterio de la justicia la lógica de la ley del Talión (ojo por ojo, diente por diente) (Ídem p. 162).
Fundamentalismo laicista
Estas paradojas se presentan ante un Occidente cada día más obstinado en renegar de sus fundamentos cristianos y con ello ha llegado a un radicalismo igualmente pernicioso.
Sí, el mundo que llamamos Occidente también se ha hecho un integrista de sus nuevos criterios: el relativismo moral y la anarquía de ideas. Dicho radicalismo está basado en el dogma incontestable de que cada quien tiene su verdad y nadie puede “imponerla”.
A tal punto ha llegado el fanatismo que toda oposición es considerada simplemente inaceptable y es tachada de intromisión.
Mons. Juan Antonio Reig Pla, obispo de Alcalá de Henares, con su homilía Viernes Santo de 2012, es quizá uno de los ejemplos más frescos del linchamiento mediático al que se expone cualquiera que ose cuestionar alguno de los postulados del relativismo moral y de ideologías tan nocivas como la de género que niega la diferencia sexual entre varón y mujer afirmando que la configuración de la identidad sexual masculina y femenina es un producto de la cultura y una decisión personal construida en función de los deseos y apetencias subjetivas.
Este laicismo ha llevado al hombre occidental a sacrificar el progreso humano integral por el progresismo. En este sentido es curioso que el líder del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), Alfredo Pérez Rubalcaba, haya catalogado la modificación de ley que está proponiendo el actual gobierno español para prohibir el aborto eugenésico como un retroceso de 30 años (cf. LNE 31.07.12).
Sin embargo, gracias a Dios todavía hay algunos políticos con sentido común que captan, aunque de modo insuficiente aún, que cuando se ha emprendido el camino equivocado, la mejor manera de progresar es retroceder, como afirmaba C.S. Lewis (cf. Mero Cristianismo).
Respuesta cristiana
Y, en medio de estos dos fundamentalismos agresivos y feroces que bien denunció Mons. Silvano Maria Tomasi, el mundo de hoy necesita y demanda que el cristiano dé una respuesta también radical; las mediocridades y medianías no son más que una defección cobarde.
Sí, hoy hacen falta cristianos radicales. Pero esta radicalidad tiene un símbolo diferente al de la espada y al de la libertad ciega; su rostro es el de una persona: Jesucristo, y su lema es quizá una de las sentencias más sublimes que puede expresar el lenguaje humano: “Amad a vuestros enemigos (Lc 6,35) “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13,34).
El mundo necesita de los verdaderos cristianos: los santos; hombres como Juan Pablo II, Teresa de Calcuta, Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, Vicente de Paúl, u otros que siguen entre nosotros dando testimonio de una vida iluminada por la fe en Jesucristo como el obispo italiano Angelo Moreschi que ha estado al servicio de los que sufren en Etiopía por más de 30 años (cf. Zenit 01.06.12); o Sor “Tripi”, la monja hija de la Caridad de 72 años que lleva igualmente 30 años salvando almas en el infierno de las cárceles en España (cf. Intereconomía 13.05.12).
Ellos (los santos) son los verdaderos portadores de luz en la historia de la humanidad (cf. Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 40), y los mejores exponentes de lo que significa ser cristiano en su manifestación más genuina, auténtica y radical.
Para el cristiano digno de tal nombre el amor es y será siempre la medida más humana de la justicia. Esta radicalidad, aunque muchas veces sin darse cuenta, es lo que el mundo de nuestros días suplica al cristiano.

2 comentarios:

Dolores dijo...

Me ha parecido muy interesante el tema de la entrada: muy bien documentada y coherente.
Yo me planteo muchas veces que sería de nuestra época actual si tuviéramos a un C.S. Lewis y a un Chesterton entre nosotros con esa claridad intelectual y esos libros magníficos; ¡por no hablar de los santos que cambiaron el mundo en época de crisis!: San Francisco de Asís, Santo Domingo, Santo Tomás, San Agustín, y los que señala...
Luego me doy cuenta de que pensar así es una forma encubierta de cobardía: nosotros tenemos que ser los nuevos escritores, pensadores y santos de este siglo: y me pongo a leer, a estudiar, a trabajar y a rezar.

Rafa Torres dijo...

Excelente artículo.

Me alegra la mención a Lewis. Ojalá se extienda su lucidez y honestidad intelectual.

Y menuda perla al final. La radicalidad cristiana es la radicalidad en el amor.

Saludos