26 de abril de 2013

Joseph Ratzinger, el teólogo payaso y la trasmisión de la fe

Autor: Juan Pablo Nájera

Cuentan que en un pueblito de Dinamarca llegó una vez un circo. Como de costumbre, montaron las carpas y todo lo necesario para el espectáculo a las afueras de la población. Cuando estaban listos todos los artistas para la primera función, un descuido hizo surgir un fuego que amenazaba con quemar, no solo el circo, sino también sus alrededores y extenderse hasta el poblado mismo.

El director del circo mandó al payaso, que ya estaba disfrazado, a pedir ayuda a los habitantes del pueblo. Sin perder tiempo llegó corriendo a la plaza principal gritando como desquiciado y pidiendo a la gente que acudiera inmediatamente al circo para ayudarles a apagar el fuego.

Al verlo vestido de payaso la gente no creyó que se tratara sino de un ingenioso truco para hacerlos acudir al espectáculo. El payaso por su parte aumentaba sus gritos, sus súplicas; hasta las lágrimas se le salían de la desesperación. La gente comenzó a juntarse a su alrededor. Aplaudían su presunto ingenio, reían de sus lágrimas y se asombraban de lo buena que parecía la actuación.

Para cuando los habitantes advirtieron que en realidad no se trataba de un acto, el fuego ya había crecido demasiado y no había más nada que hacer. Se quemó el circo y el fuego se extendió hasta llegar al pueblo.

Esta historia de Kierkegaard fue retomada por el entonces profesor Joseph Ratzinger en la introducción a su libro Introducción al Cristianismo (1968). La usa como una imagen que explica la situación de los teólogos hoy en día.

Ellos tienen un importantísimo mensaje que trasmitir a personas que no están dispuestas a escucharlos o que no los toman en serio. Parecería que para muchos de nuestros contemporáneos, la necesidad de la fe es una cosa del pasado. Los mensajeros que hoy se toman en serio no son los teólogos sino los psicólogos, los médicos, los naturistas, y tantos otros profesionistas de las ciencias positivas.

Los teólogos son tomados como personajes del pasado que incluso en nuestros días siguen discutiendo sobre Dios, sobre la eternidad, y sobre otros temas incomprensibles que tienen poco o nada que ver con la realidad. Así como el disfraz del payaso predisponía a su auditorio a tomar su mensaje a modo de broma, así parecería que la fe del creyente es como un disfraz que, cuando uno se lo pone en público, encuentra a sus interlocutores indispuestos a tomarlo en serio.

Ante este panorama la solución del problema de la trasmisión de la fe parecería presentarse bastante sencilla. Si el problema es el disfraz, cambiémoslo. Y no solamente la vestimenta, cambiemos también las costumbres, las normativas… en fin, todas esas cosas externas que pudieran por cualquier motivo ocasionar una predisposición de rechazo o cerrazón en las personas del mundo moderno. Habrá entonces que aprender de los medios de comunicación masiva y prestar atención a las modas. Habrá que esforzarnos, en primer lugar, por hacernos los interesantes. Buscar primero ser aceptados por el mundo y esperar que el Reino de Dios venga por añadidura.

Ya en su libro apenas mencionado, Joseph Ratzinger vio que no estaba en esto la solución. Recordamos que fue escrito en 1968; antes de la “crisis postconciliar”. Aunque generalicemos un poco, podríamos afirmar que gran parte de tal “crisis postconciliar” se debió a una excesiva atención a las actualizaciones externas (de vestimenta, de costumbres, de normativas…) en detrimento de la auténtica renovación propuesta por el Concilio Vaticano II.

La historieta del payaso tiene sus límites. Es verdad que logra ilustrar bien el rechazo a priori que sufren tantos cristianos que no se limitan a vivir su fe asistiendo a la misa dominical, o quincenal, o cada que la ocasión lo amerite. Sin embargo, la historia no logra mostrar muy bien el verdadero problema que es más de fondo. Tampoco nos pone en el camino de la verdadera solución, que es más a fondo. Todo lo cual no es de extrañar: a quién se le ocurre buscar soluciones serias en historias de payasos. El profesor Ratzinger sabía esto muy bien. Él utilizaba la historieta como una provocación.

¿Cómo entender entonces la profundidad del problema de la trasmisión de la fe? ¿Dónde podemos buscar la solución de tal problema? No entraré en las argumentaciones del libro. Dejo solo una idea: lo primero que tenemos que advertir es que la trasmisión de la fe no se trata principalmente de un mensaje; de un contenido. Se trata de un encuentro con una Persona. Y sólo quien haga un verdadero encuentro con esa Persona y lo renueve día a día, podrá ayudar a otros a tener tal encuentro.

No hay comentarios: