8 de abril de 2013

¿Vale la pena?

Autor: Max Silva Abbott

Hace poco se ha producido un fuerte debate en Nueva York, con motivo de una propaganda que a fin de disminuir la tasa de embarazos adolescentes, advierte, de manera bastante cruda, sobre los diversos problemas (económicos, educacionales, conductuales, etc.) que según diversas estadísticas, sufrirán buena parte de esos niños y jóvenes, fruto de haber sido educados por madres que pese a sus en general encomiables esfuerzos, no estaban realmente preparadas para ello, a lo que suelen unirse dificultades económicas.

Lo anterior es una estupenda oportunidad para reflexionar sobre los efectos que han tenido los anticonceptivos y su masificación en nuestras sociedades.

En efecto, si se mira con detención, se puede concluir que la política del así llamado “sexo seguro” que ve en la anticoncepción su tabla de salvación, no ha hecho más que aumentar la promiscuidad y de paso los embarazos “no deseados”, incluido el de adolescentes. No es cierto, como muchos piensan, que los haya disminuido, lo cual se demuestra fácilmente si se toma en cuenta el constante aumento del número de abortos en todo el mundo –lo que ha llevado a su paulatina legalización– fruto, precisamente, de embarazos “no deseados”, muchas veces causados por una “falla” de dichos métodos anticonceptivos.

Lo anterior, sin perjuicio que las adolescentes no están preparadas para asumir el rol de madres, con lo que sus propias vidas también se ven afectadas de forma drástica por la venida de un hijo fruto de una sexualidad desordenada.

A esto se suman los graves problemas que sufren miles y miles de niños y jóvenes abandonados total o parcialmente, pese a los heroicos esfuerzos que realizan a diario instituciones públicas y privadas por atenderlos. Cualquiera que conozca su labor puede dar cuenta de ello.

Así las cosas, ante tanto sufrimiento e injusticia que padecen estos menores y muchas de sus madres, ¿vale la pena seguir con la cantinela del “sexo seguro” y una sexualidad trivializada y sin compromiso? ¿Se compensa el placer –bastante momentáneo, a decir verdad– de algunos con los años e incluso décadas de sufrimiento de las víctimas inocentes de todo ello? ¿Vale la pena que por la libertad de algunos se afecte de esta manera a otros, a veces irreparable?

Claro, hay quienes han propuesto que ante semejante futuro, sería mejor evitar la existencia de estos niños mediante el aborto, lo que muchas veces guarda relación precisamente, con una actitud de disfrute respecto del sexo que no está dispuesta a asumir los posibles compromisos que ello conlleve. ¡Curiosa compasión es esta que hace más cómoda la situación de quien se compadece!

En consecuencia, si vemos el reguero de males que ha ocasionado la revolución sexual impulsada por la anticoncepción –muestra patente de su colosal fracaso–, ¿vamos a seguir por el mismo camino?

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