29 de abril de 2013

La jugada divina

Autor: Alejandro Martín del Campo

Cuando Dios mueve sus piezas, hay que contener el aliento. Una mirada a la historia de la salvación iluminará “la jugada divina”.

A Abraham, un hombre como tantos, Dios le consagra padre de la fe ante un acto de obediencia. Jonás, el profeta rebelde, después de su desobediencia, aprende la lección para cumplir su misión: “Anuncia mi noticia”.

La actuación de Dios sólo en pocas ocasiones es “presencial”. La mayoría de las veces obra a través de estos hombres que son sus ojos, manos y pies. ¿Y quiénes son éstos? Se trata de hombres con un anhelo infinito de felicidad, pues su corazón inquieto no puede saciar con el mundo sus deseos insondables. Son, ante todo, hombres libres sin las cadenas del temor. Por eso ofrecen su vida en manos de quien no defrauda.

De esta manera, el sacerdocio católico se convierte en una prolongación de los primeros anunciadores: puentes vivos entre Dios y las personas que sufren y lloran, aman y ríen. Por tanto, la llamada recibida otorga al candidato un don especial: colaborar más cerca en el “juego más importante de la vida”: la salvación de las almas.

El beato Juan Pablo II, don Bosco y el Cura de Ars son claros ejemplos de la llamada sacerdotal; pero, sobre todo, son testigos inseparables de una gran respuesta. Es verdad, el compromiso asumido sobrepasa los límites humanos. Aunque Dios complete lo que falta, la humildad y la fidelidad serán virtudes que adornen una vida así.

La vida se vive una vez; y si se trata de aprovecharla... “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?” (Mc 8, 36).

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