18 de septiembre de 2013

El peor abusador

Autor: Max Silva Abbott

Para muchos, el Estado es una especie de dios: un sumo protector que gracias a su poder, provee de lo necesario para vivir y evita las injusticias y los abusos. 

Esta verdadera obsesión por Papá-Estado suele tener como premisa la dogmática concepción según la cual, quienes estiman que el Estado debiera ser bastante más pequeño a fin de permitir la libre iniciativa (identificados por regla general con los empleadores), son unos codiciosos insaciables y abusadores sin escrúpulos. Ello explicaría que para los explotados, no quedara más remedio que buscar la protección de este Estado justiciero.

Sin embargo, esta maniquea y simplista visión olvida, curiosamente, que las instituciones de ese Estado en el cual se han puesto todas las esperanzas, están constituidas por personas, con las mismas virtudes y defectos que las demás. Así, al no tener en cuenta este dato crucial, se atribuye cándidamente a sus actuaciones una bondad a toda prueba.

Ahora bien, para seguir con esta burda representación, imaginemos por un momento que quienes no desean un Estado todopoderoso fueran de verdad la peor calaña posible de seres humanos. Ante este escenario, todo se limitaría a un problema de poder y de opresión, sea de estos desalmados o del Estado, con lo que la pregunta de fondo se reduciría a saber cuál poder y opresión resulta más soportable, el privado o el público.

Así las cosas, y aún llevado a este extremo, nos parece que prácticamente cualquier situación es mejor que un Estado todopoderoso. En efecto, el poder privado rara vez es tan fuerte como el estatal, siendo su posibilidad de obligar infinitamente menor, ya que debe recordarse que el Estado (y los sujetos que encarnan sus organismos) posee el poder coactivo para imponer sus decisiones.

En segundo lugar, por muy abusador que sea un poder privado (un empleador, por ejemplo), las potenciales víctimas (porque, de hecho, las hay) podrían por regla general, cambiar de trabajo y encontrar un patrón menos malo, lo que en el caso del poder estatal es imposible, pues todos quedan a merced del mismo. La única solución es emigrar, si se puede (y si se lo permiten) a otro país.

Finalmente, un tercer problema es que en el ámbito privado suele existir creación de riqueza, lo que no ocurre o es mucho menor cuando el Estado lo controla todo, tal como demuestra la historia. Por tanto, al menos el abuso de privados genera riqueza, mientras que el abuso del poder público no, perpetuando no sólo la pobreza –y de paso, convenientemente, la dependencia de los débiles– sino por regla general, la corrupción y la permanencia en el poder. De este modo, al menos la libre iniciativa permitiría a algunos subir dentro de la escala social.

Es por eso que aún en el peor de los casos, el poder privado resulta menos malo que el poder estatal, que es de lejos, el peor abusador.

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