20 de septiembre de 2013

Sobre el espíritu de infancia evangélica

Autor: Padre Segundo Llorente S.J.

(…) ¿Quiere Ud. que le diga en confianza qué fue lo que me ayudó en los comienzos de mi vida misionera para entregarme de lleno al Señor? Si le dijera yo hoy que no le niego nada al Señor, mentiría a sabiendas. La vida de perfección es un continuo forcejeo cuesta arriba, cayendo y levantándose, pero procurando siempre subir. Hay días de Tabor y días ‘perros’, en los que no sabe uno si está poseído del demonio o si es que lo va a estar. ¡Por Dios, no me tenga a mí por un alma entregada de lleno! Algunas veces creí vislumbrar que, si vivía unos cuantos años, probablemente lo estaré, porque éste es mi anhelo; pero hoy por hoy, ando arrastrando, enlodado hasta el cogote.

Me pregunta qué me ayudó y qué me estorbó. Para los anhelos que tengo, me ayudó sencillamente el quererlo. El quererlo en serio. Y me estorbó la disipación, reforzada por el intenso orgullo. Mire Ud., hágase cuenta que Ud. es un niño de 2 años en los brazos de Dios, si lo prefiere, en los brazos de Cristo más concretamente. Como Ud. no se puede valer, necesita estar con Él día y noche, desde hoy hasta las perpetuas eternidades. Donde está Jesús, allí está María. Ud. vive con Jesús y con María, va de los brazos del uno a los del otro. Ud. es el niño, es de la familia, es parte de la casa; es el idilio de Jesús y de María.

A Ud. le importa un bledo que haga frío o calor, que haya guerra o que haya paces, que le duelan los riñones, o que no sea más que un grano en la punta de la nariz. Ud. se despreocupa de si tiene amigos o no los tiene, de si le atienden o si da la impresión de que quieren verle debajo de la tierra. A Ud. no le importa que esté solo o acompañado, tentado o mimado, en Japón o en Despeñaperros. Ud. viva única y exclusivamente para tener contentos a Jesús y a María. Con ellos tiene Ud. todas las caricias, y mucho más que los niños con sus madres. A ellos se lo cuenta todo, se lo dice todo, se le da todo, se lo ofrece todo. Los comentarios que tenga que hacer sobre los vaivenes de la vida, hágalos con Ellos, ya ante el Sagrario, ya donde quiera que esté, pues se les puede hablar sin mover los labios. Es decir, que Ud. mata el orgullo haciéndose infante, pues, comparado con Dios, es Ud. un ‘pelele’ que no sé cómo le tolera el Altísimo.

Pero resulta que tal vez Ud. es doctor en Teología o Filosofía. Muy bien. Todo lo que sepa, todo lo que pueda hacer, póngalo a disposición de Cristo. Mátese por darle gloria escribiendo lo mejor que pueda, predicando lo mejor que sepa, enseñando lo más sabiamente posible, conversando con toda la discreción y sensatez que pueda, pero interiormente sea el niño indefenso en los brazos de Jesús y de María.

Ofrézcase a Jesucristo totalmente y dígales que tienen permiso para desmenuzarle entre sus divinos brazos, si quieren. Hágase cuenta que Ud. ya murió. Ya no hay mundo para Ud.; es decir, nada del mundo le puede ya atraer y entretener, aunque sí repeler. Deje que Jesús haga de Ud. lo que quiera, y no me venga con lamentos de que las responsabilidades del nuevo estado de Misionero le dan ciertos escalofríos. Si fuera Ud. solo el que tuviese que hacer, sí, me lo explico; pero procure Ud. tener contento a Jesús lo mejor posible, y ya verá cómo Él le lleva del brazo y todo le sale a pedir de boca, aunque le lleve del brazo al Calvario para desnudarle, crucificarle y sepultarlo.

Mientras más viejo me hago, más sencillo se me hace el negocio espiritual. Se viene a reducir a un punto: consolar a Jesús agradándole en todos mis pensamientos, palabras y obras.

Claro que cada alma tiene sus peculiaridades, y el Espíritu Santo nos lleva a cada uno por diversos vericuetos; pero todos ellos van bordeando la gran carretera que lleva derecha al Corazón de Cristo y es la que dice: ‘el punto aquel’. ¿Que no se convierte nadie? Haga lo que está de su parte y déjeselo a Dios. Y esta respuesta satisface a todas las preguntas que nos atormentan.

¿Qué señales le dirán si anda por las ramas en este negocio? Si se entristece cuando fracasa; si se vanagloria cuando triunfa; si busca consuelo en las criaturas, es decir, sólo en ellas; si le encogen los temores sobre el porvenir (recuerde que puede morirse esta noche); si las murrias le traen a mal traer (nuestra patria es el cielo); si se sorprende planeando para el porvenir sin consultarle al Señor, como si a fuerza de prudencia humana, de ciencia de gabinete y de astucia zorruna fuéramos a levantar una torre que llegase al cielo, sin ayuda para nada de Dios.

Ya ve qué sencillo es todo. Ud. vive en Jesús. Encaríñese mucho con Él. Vaya a extremos en esto, que no lo son. Haga otro tanto con la Sma. Virgen, que Ella le meterá en el Corazón de su Hijo. Hágase tan pequeño que quepa por la herida del Corazón de Cristo. El día que Ud. me venga invocando derechos o ínfulas de hombre superior, ese día se estrella Ud.

(…) No prefiera unos alimentos a otros, ni una cama a otra, ni se queje de nada ni contra nadie, ni chille si le dicen que tiene un cáncer, que será cuestión de unos meses para el ataúd. Ya le dije que Ud. ha muerto. No resucite.

Una vez que se haya puesto Ud. incondicionalmente en las manos de Dios ya es Ud. libre. Hasta entonces vivirá Ud. hecho un lío de cosas, turbado, mareado. Cuando lo haya dejado todo en manos de Dios, queda libre, es libre. ¡Viva la libertad! A reír tocan; a divertirse llaman. La vida entonces es incienso que se quema y agrada a Dios. La muerte viene a ser más bien dormición en Dios. No hay juicio. Esa misma alma ya está juzgada de muy atrás y puesta a la derecha.

No menciono la materia de los votos, porque no merece explicación. Un niño de 2 años ni siquiera piensa en desobedecer ni en aparecer; ni mucho menos en impurezas. Y si hay niños precoces que a los dos años se encabritan y quieren salirse con la suya, sea Ud. de esos niños de que hablan las vidas de los santos, que ya a los tantos meses rezaban con las manos juntas, que parecían serafines humanados.

Estar en Japón o en un calabozo ruso es lo mismo para el alma entregada a Dios. Pida mucha humildad al Señor, que le haga sentir esto. Ya sabe con el entendimiento, pero hay que gustarlo internamente. Que se lo dé a sentir. Si lo siente una vez y se enciende en ello, y si encima derrama muchas lágrimas que laven las del orgullo metido en los huesos, entonces nunca se le olvidará del todo, aunque a temporadas se le ponga muy borroso.

Mientras escribo, azota las ventanas de mi vivienda un temporal de nieve que nos viene alegrando la vida todo este mes. Vivo pared por medio del Sagrario. La nieve o el sol son lo mismo para mí; es decir, me esfuerzo por que sean lo mismo.

Anímese mucho, pues, y déjese de irse por las ramas. Vaya al tronco. Entrega total y absoluta a Jesucristo. Quiéralo; pídalo; practíquelo”.

(De una carta del misionero P. Llorente, S.J.)

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