2 de septiembre de 2013

El buen uso de mi tiempo

Autor: Fernando Pascual

Cada opción que hacemos necesita tiempo. Si abro una cuenta en Facebook, necesitaré tiempo para seguirla. Si quiero sacar mi carnet de conducir, necesitaré tiempo. Si quiero estar al día en la situación sanitaria del mundo, necesitaré tiempo. Si quiero hacerme experto en alpinismo, necesitaré tiempo.

Cuando las opciones se acumulan, el tiempo se reduce. Tanto, tanto, que cuando un amigo nos pide un favor sale automática la respuesta: “no tengo tiempo”.

Sí, no tengo tiempo para él porque el tiempo lo he orientado hacia otras opciones. Algunas, hay que reconocerlo, “impuestas” por la vida: ciertas enfermedades nos obligan a invertir tiempo y más tiempo en visitas médicas, tratamientos, reposo... Pero otras opciones son “autoimpuestas”: esta actividad la escogí yo con plena libertad, simplemente porque me interesaba.

El tiempo, sin embargo, no es flexible. Por lo mismo, cuando sentimos que los planes y deseos superan a las posibilidades, surge una extraña frustración: dejamos de hacer tantas cosas que nos gustarían...

El problema es serio, pero no podemos ahogarnos en un vaso de agua. Hay situaciones en las que podemos reestructurar nuestra vida. Entonces quitaremos de allá, dejaremos lo otro, y... ¡encontraremos tiempo!

El punto, entonces, es el siguiente: ¿en qué invertir el tiempo? ¿Puedo simplemente escoger lo que me gusta o lo que está de moda o lo que otros me imponen sin un motivo suficientemente válido?

Para responder, no podemos dejar de lado una pregunta mucho más profunda y seria: ¿qué significa vivir como hombres y mujeres? ¿Cuáles son las actividades más hermosas y nobles en la existencia humana? Además, si tras la muerte hay un encuentro definitivo con un Dios justo, todo adquiere una tonalidad diferente.

Tenemos, para buscar la respuesta, la ayuda del Evangelio: al final de la vida nos examinarán de lo que hayamos hecho a nuestros hermanos más necesitados (cf. Mt 25,31-46).

Sólo si tengo ante mis ojos esta enseñanza de Jesucristo seré capaz de replantearme, en serio, el buen uso de mi tiempo.

Si, además, me decido en serio para vivir en la santidad y en el amor, llegará el momento en que “mi tiempo” ya no será mío, sino que lo entregaré completamente a Dios y a mis hermanos más necesitados...

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