5 de febrero de 2014

Evangelizar a través de la belleza y el arte

Autor: Luis Alfonso Orozco

Pocos lugares del mundo pueden presumir justamente, como Roma, de una síntesis armónica de arte y fe, que a lo largo de los siglos ha dado origen a un patrimonio de la humanidad único. Datos oficiales señalan que más de 4,5 millones de personas de diversas partes del mundo visitan cada año los Museos Vaticanos, pero el 2013 se constituyó en el año récord con 5,4 millones de visitantes (cf. L’Osservatore Romano, 11-I-2014). Es cierto que se trató de un año de excepción con eventos epocales como el Año de la Fe y la renuncia de Benedicto XVI, con la consiguiente elección de Francisco al papado.

Este dato demuestra el vivo  interés de los peregrinos en conocer la Ciudad Eterna, única en historia, arte y espiritualidad, y al mismo tiempo plantea el papel preponderante del arte como vehículo de evangelización.
 

El Santo Padre Benedicto XVI dijo a los periodistas en la entrevista concedida durante el vuelo a España, el 6 de noviembre de 2010: «Vosotros sabéis que yo insisto mucho en la relación entre fe y razón; en que la fe, y la fe cristiana, sólo encuentra su identidad en la apertura a la razón, y que la razón se realiza si trasciende hacia la fe. Pero del mismo modo es importante la relación entre fe y arte, porque la verdad, fin y meta de la razón, se expresa en la belleza y se realiza en la belleza, se prueba como verdad. Por tanto, donde está la verdad debe nacer la belleza; donde el ser humano se realiza de modo correcto, bueno, se expresa en la belleza. La relación entre verdad y belleza es inseparable y por eso tenemos necesidad de la belleza».

Tenemos necesidad de la belleza

La gente acude a ciudades como Roma por ser primero y sobre todo lugares privilegiados del espíritu donde la fe se descubre en contacto directo con la belleza plasmada por el ingenio humano, y concretado en los monumentos, iglesias, plazas, esculturas y pinturas que son patrimonio mundial.

Es en la contemplación y admiración que suscitan la basílica de San Pedro o La Piedad de Miguel Ángel, donde se descubre la armonía y compenetración entre la fe y la razón, alas del espíritu humano que dotan al ingenio de sus más elevadas expresiones. El arte y la belleza señalan al espíritu el descubrimiento de la verdad, ya que ambas están también al servicio de la evangelización.

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