Autor: Navegando entre ideas
En su obra “La confianza en Dios”, el padre Jacques
Philippe ofrece las siguientes reflexiones sobre la paz del alma y la
confianza.
“La preocupación jamás ha resuelto ningún problema. Lo
que resuelve problemas es la confianza, la fe. «De verdad os digo, si tuvieseis
fe como un grano de mostaza, diríais a esta montaña: Muévete de aquí a allí, y
se movería, y nada os sería imposible».
Evidentemente se trata de una imagen. Pues es una
invitación apremiante a tener más fe. «Que si Dios viste así la hierba del
campo, que hoy es y mañana es echada al horno, ¡cuánto más hará por vosotros,
hombres de poca fe!», dice Jesús.
La vida no es por sí misma demasiado problemática, es el
hombre quien carece de fe... Nunca dije que la existencia fuera a ser siempre
fácil. A veces es muy pesada; con frecuencia nos sentimos heridos y
escandalizados por lo que sucede en nuestra vida o en la de los demás. Pero
afrontemos todo esto con fe e intentemos vivir, día tras día, con confianza en
que Dios cumplirá sus promesas. La fe nos llevará a la salvación.
«Buscad primero su Reino y su justicia, y todas estas
cosas os serán añadidas. No os preocupéis por el día de mañana: mañana se
preocupará de sí mismo. A cada día le bastan sus propios problemas». ¿Qué
quiere decir esto? Hoy, busca vivir de manera justa, según la lógica del Reino,
en la confianza, la sencillez, la búsqueda de Dios, el abandono. Y Dios se
ocupará del resto...
Día a día. Es muy importante. Lo que nos agota a menudo
son todas esas vueltas al pasado y el miedo al futuro; mientras que cuando
vivimos en el momento presente, de manera misteriosa, encontramos la fuerza. Lo
que tengo que vivir hoy, tengo la gracia para vivirlo. Si mañana debo hacer
frente a situaciones más difíciles, Dios incrementará su gracia. La gracia de
Dios se da al momento, día a día. A veces nos gustaría poder reservarla, crear
«almacenes» de fuerza. Pero no es posible. Observad la imagen del maná que
alimentó a los hebreos en el desierto; cuando pretendieron almacenarlo se
pudría. Dios lo daba cada día, en la justa medida, ni más ni menos, y tenía el
mejor sabor que a cada uno le convenía. Cuando decimos «pan nuestro», lo que
pedimos no son grandes reservas (¿qué haríamos con ellas?), sino que
simplemente pedimos el pan de este día, y Dios nos lo da, por lo que no es
necesario preocuparse”.
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