Autor: Fernando Pascual
Avanzar desde la
verdad hacia la caridad, y avanzar desde la caridad hacia la verdad, ¿son cosas
distintas?
La caridad nos
lleva a amar al otro desde un amor que viene desde lo más profundo y lo más
grande que podamos imaginar: desde el corazón del mismo Dios.
Porque Dios ama
al hombre, porque Cristo ha dado su vida por nosotros, podemos emprender un
camino hacia el amor y para el amor.
Reconocer y
descubrir el Amor de Dios implica dar un primer paso hacia la verdad. Porque la
verdad está en Cristo, que es Camino, Vida y Verdad. Porque fuera de Cristo,
según una fórmula atrevida de un autor del siglo XX, no hay verdades profundas
y completas para el inquieto corazón humano.
Vemos así la
relación profunda que existe entre la verdad y la caridad. No podemos
dejar de lado ninguna de estas realidades, pues renunciar a la verdad nos
impide descubrir el amor. Y no acoger el amor nos aparta de la verdad.
Hay una dimensión
profunda de la caridad que anima toda la actividad catequética y evangelizadora
de la Iglesia: la de la enseñanza y transmisión del Evangelio, la de la
comunicación íntegra, sin recortes, de la doctrina cristiana, de la fe y de la
moral.
San Agustín, en
su obra sobre la Catequesis de los principiantes (titulada en latín De
catechizandis rudibus) explicaba que toda la labor catequética nace del
amor y lleva al amor, desemboca en la caridad.
Por eso, todo
sacerdote y todo agente pastoral, todo religioso y todo maestro católico, todo
padre y madre de familia, siente en su corazón una llamada profunda a enseñar,
transmitir y explicar nuestra fe y nuestra moral.
Existe el
peligro, presente en algunas comunidades católicas, de tener miedo a decir la
verdad para no ofender a las personas, o para no asustarlas, o para evitar
problemas y críticas.
Si miramos a
Cristo, no tuvo ningún miedo a la hora de corregir ideas o comportamientos
equivocados, ni cuando tuvo que declarar abiertamente su identidad y su misión:
era el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Al dar testimonio de la Verdad, nos
manifestó al Padre y su proyecto de Amor y de misericordia, nos apartó del
mundo del pecado y del error, y nos dejó abierto el camino que lleva a la vida
eterna.
La Iglesia, en
su compromiso por ser fiel a Cristo, busca recordar, enseñar, transmitir a cada
generación la Verdad que ha recibido. Lo hace desde el amor de Dios, “que
quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la
verdad” (1Tm 2,4). Lo hace para que esa verdad pueda ser conocida y
aceptada con un acto libre y responsable por parte de cada ser humano que
escuche el mensaje. Lo hace para que el don maravilloso de Dios toque la vida
de quienes tienen derecho a recibirlo. Lo hace para que, desde la verdad,
crezca el amor.
Esta verdad podrá
ser, en algunos momentos, difícil de comprender, difícil de practicar. Pero
vivir en la verdad es el mejor modo de permanecer en el amor. Y vivir en el
amor nos lleva a comunicar, de la mejor manera posible, la verdad que ayuda a
vivir íntegramente el Evangelio de Cristo.
Pablo VI
recordaba estas ideas a los sacerdotes en una encíclica, la Humanae vitae
(25 de julio de 1968), en la que encontramos la doctrina católica sobre la anticoncepción. El Papa
escribía lo siguiente:
“No menoscabar
en nada la saludable doctrina de Cristo es una forma de caridad eminente hacia
las almas. Pero esto debe ir acompañado siempre de la paciencia y de la bondad
de que el mismo Señor dio ejemplo en su trato con los hombres. Venido no para
juzgar sino para salvar (Jn 3,17), Él fue ciertamente intransigente con
el mal, pero misericordioso con las personas.
Que en medio de
sus dificultades encuentren siempre los cónyuges en las palabras y en el corazón
del sacerdote el eco de la voz y del amor del Redentor.
Hablad además
con confianza, amados hijos, seguros de que el Espíritu de Dios que asiste al
Magisterio en el proponer la doctrina, ilumina internamente los corazones de
los fieles, invitándolos a prestar su asentimiento. Enseñad a los esposos el
camino necesario de la oración, preparadlos a que acudan con frecuencia y con
fe a los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia, sin que se dejen
nunca desalentar por su debilidad” (Humanae vitae n. 29).
Enseñar íntegramente
la doctrina cristiana es una “forma de caridad eminente”. Nos toca vivir a
fondo esa caridad, nos toca convertir nuestras palabras y nuestras vidas en una
comunicación cordial y convencida de la verdad que ilumina la vida temporal de
cada ser humano y que abre las puertas de la vida eterna. Así llegaremos al
encuentro con un Padre que nos aguarda con un cariño infinito, con un amor
verdadero, con una verdad enamorada.
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