6 de noviembre de 2017

Odios de padres a hijos

Autor: Fernando Pascual

Los odios que llevamos dentro se contagian. Pasan de amigo a amigo, llegan a parientes, a veces se "transmiten" de padres a hijos.

Ese odio desemboca en el desprecio hacia el otro o los otros, en la sed de venganza, en los insultos, en las peleas, en la muerte.

En uno de los relatos del escritor italiano Giovanni Guareschi (1908-1968), se narra la historia de los hijos de dos hombres que se odiaban. El padre de uno era el comunista Pepón. El padre del otro se apellidaba Scartini, y había sido golpeado por Pepón en el pasado.


Mario era el hijo de Scartini. Tenía sólo 8 años, y esperaba llegar a grande para, entonces, golpear a Pepón y vengar a su padre. Lo dijo un día en clases, ante todos. En el aula estaba presente, también con 8 años, el hijo de Pepón, que contestó violentamente a su compañero. El odio entre los padres degeneró en el odio entre los hijos.

Guareschi lleva la historia hasta el extremo. Primero la rencilla entre los dos niños se convierte en pelea entre grupos de amigos de un lado y de otro. Los padres también sienten que la sangre les bulle. El odio aumenta en el pueblo.

Un día el hijo de Scartini golpea con una piedra al hijo de Pepón. Al verle en el suelo, rodeado de sangre, huye en medio de un pánico terrible. Gracias a Dios, las heridas del herido no son graves, pero el hijo de Scartini no lo sabe: piensa que ha matado a su compañero de escuela.

Algunas personas del pueblo recogen al hijo de Pepón y lo llevan a su casa. Luego buscan al hijo de Scartini. Cuando encuentran a Mario, éste empieza a subir por una torre que está junto a un dique de agua. Está aterrorizado, casi enloquecido.

Llega su padre y le grita que se serene, que no le harán nada, que baje. Mario mira alrededor. Su angustia llega hasta el colmo cuando ve que se acercan cuatro policías. Intenta subir un poco más, pero las fuerzas físicas le fallan. Cae sobre las aguas y muere por el golpe.

Después de unos días, cuando ya las heridas habían cicatrizado en la cabeza del hijo de Pepón, don Camilo pasea junto al dique y mira las aguas. Junto a ellas entona una oración dirigida al río, llena de amor por la gente de su pueblo, por aquellos corazones que sembraban odios en niños indefensos:


"Oh, tú que recoges las voces del monte y del llano, tú que has visto las angustias de los milenios pasados y ves las de nuestros días, cuenta a los hombres también esta historia. Di a los hombres: -Vosotros fecundáis en vuestro corazón el germen del odio y soltáis una fiera que después se os escapa y hace estragos en las tiernas carnes de los cuerpos. Una fiera que de noche corre a través de los campos dormidos, entra en las casas, y después, al alba, se junta con la manada que recorre todas las regiones del mundo. Di a los hombres: -Tened piedad de vuestros hijos. Dios tendrá piedad de vosotros" (cf. Giovanni Guareschi en "El regreso de don Camilo", capítulo 29, "La torre").

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