14 de mayo de 2012

Autonomía moral

Autor: Max Silva Abbott

Como resulta obvio, a nadie le gusta que le demuestren que está equivocado, en particular en materias éticas. El problema sin embargo, es que muchos no están dispuestos ni siquiera a plantearse esta posibilidad. Así, atraídos por una autonomía moral absoluta –según la cual nadie mejor que el propio sujeto para determinar la bondad o malicia de sus acciones–, todo lo que suene a heteronomía (es decir, que la norma moral no emane del propio afectado) y sobre todo, a una ética objetiva, es visto como la imposición y arbitrariedad más absoluta e inaceptable.

De esta manera, muchos concluyen que el sujeto es el único parámetro válido para la moralidad de sus propias acciones. Sin embargo, lo anterior produce más problemas de los que soluciona.

En efecto, un primer problema es que no resulta improbable que el sujeto se equivoque en su apreciación de los hechos; al no saberlo todo, esto puede ocurrir incluso de buena fe.

Un segundo problema radica en que también es difícil ser objetivo consigo mismo, pues tal como dice el refrán, “nadie es buen juez en su propia causa”. Ello es bastante explicable, puesto que el sujeto tiene interés en el asunto que está analizando, de modo que no es raro que considere bueno o mejor lo que le agrada o conviene, y viceversa. Una prueba más de que su juicio puede estar equivocado.

Un tercer problema es que el sujeto irá adquiriendo hábitos, al ir repitiendo acciones; y como los hábitos (sean virtudes o vicios, siguiendo a Aristóteles) producen apego y deleite, también es probable que acabe considerándolos éticamente buenos.

Otro problema –curioso desde una autonomía moral absoluta–, es la existencia de la conciencia. Ello, porque si de verdad la norma moral emana sólo y únicamente del sujeto de forma soberana e inapelable, resulta obvio que si éste ha actuado de cierta manera, es porque lo consideró correcto.

Mas de ser así, ¿cómo explicar el posible remordimiento posterior en algunos casos? Querría decir o que el sujeto padece de una esquizofrenia, de una doble personalidad, o –mucho más probable– que la norma moral no es tan autónoma como él pretende.

Lo anterior se hace más complejo todavía si se produce un hábito malo o vicio, porque como ellos se “pegan”, es probable que la voz de la conciencia termine oscureciéndose, e incluso podría ya no sólo dejar de considerar mala dicha acción, sino hasta buena y recomendable.

Todo lo antes dicho (y otras razones que no se mencionan aquí) indica que una autonomía moral absoluta, como muchos defienden hoy a brazo partido, tiene muchas posibilidades de equivocarse, por lo que no parece ser la mejor consejera. De ahí la imperiosa necesidad de algunos criterios mínimamente objetivos en este campo.

Si resulta así de claro, ¿por qué muchos siguen defendiendo una autonomía moral sin cortapisas?

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