22 de mayo de 2012

Pactar con el narcotráfico, ¿el mal menor?

Autor: Jesús David Muñoz

A menos de 2 meses de las elecciones presidenciales en México, un país que en casi seis años de enfrentamiento con el narcotráfico y el crimen organizado ha visto morir cerca de 60 mil personas (cf. Proceso 10.12.11), se puede percibir un clima de agotamiento generalizado por esta guerra a la que muchos catalogan de absurda e innecesaria.

Con el pasar de los años y bajo la mirada crítica y escéptica de muchos sectores sociales, Felipe Calderón, que desde un inicio quiso hacer frente a los cárteles, parece haber quedado como un Quijote idealista librando esta batalla en solitario.

A la luz de la jornada electoral del próximo 1 de julio de 2012 en la que se elegirá el nuevo mandatario, se comienza a hacer popular la opinión entre gente de diferentes ámbitos (empresarios, políticos, universitarios, mexicanos de a pie), de que el próximo jefe de estado debería suspender esta lucha y negociar una especie de status quo que aportaría “estabilidad” y “seguridad”. En otras palabras, aunque pocas veces se diga sin tapujos: que los “malitos” hagan su negocio y que dejen vivir en “paz” a los que no quieren pleitos.

La doctrina del “mal menor” es el argumento con el que esta postura quiere hacerse más “justificable”. Trae más muertes combatir el tráfico de drogas que dejarlo actuar en un silencio claramente encubridor.

Este supuesto acuerdo con el crimen para retomar nuevamente el modus vivendi dejado en herencia por gobiernos anteriores, en el que México vivía un “equilibrio” entre la criminalidad y la institucionalidad, a simple vista podría ser acertado, pero en realidad no lo es.

Si este acuerdo llegara a darse -como decía el expresidente colombiano Ernesto Samper- sería el comienzo del fin del Estado de derecho de México porque encarnaría la versión mexicana de la teoría del apaciguamiento de Chamberlain quien proponía dejar que Hitler invadiera solamente a sus vecinos para no exacerbar sus ánimos imperialistas.

La industria de la droga, además de la corrupción profunda y disimulada que trae consigo del Estado y de sus instituciones, no se puede considerar ajena a las 31 mil personas que mueren cada año en Estados Unidos a causa del consumo de drogas, según la Administración Federal Antidrogas (DEA, por sus siglas en inglés) (cf. Los Tiempos 03.04.11) y de las cerca de 8 mil muertes que se producen al año en Europa por sobredosis, según el Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías (OEDT), con sede en Lisboa (cf. ABC 23.06.2011).

México no podrá dormir con la conciencia tranquila sabiendo que, si bien en sus fronteras tiene “paz”, miles y miles de personas mueren a diario en el anonimato de la esclavitud que produce la adicción. ¿Cómo no podrá sentirse también cómplice cobarde de tanto dolor?

Es falso afirmar que México pone los muertos y Estados Unidos y Europa los consumidores, pues de 2001 a 2008 el consumo de cocaína en México se duplicó hasta 2.4 millones de personas (cf. Milenio 22.06.11). Además, la realidad es que, tanto traficantes como consumidores, acaban su existencia prematuramente, después de padecer un infierno en vida.

Ciertamente, y hay que dejarlo claro, siempre se deben examinar maneras más eficaces y mejores para luchar contra el crimen y procurar la paz, pero eso de pactar con la mentira, el engaño, la corrupción y la muerte no puede llamarse “paz”: es una farsa.

Igualmente, quien quiera ser medianamente sensato, se dará cuenta que cierta de esta “complicidad callada” se encuentra muy sutilmente en aquello que se busca vender ahora como “legalización de las drogas”, pues no es más que la salida desesperada de quien cree que es mejor unirse al enemigo antes que sufrir una derrota (cf. Excélsior 19.04.12). Solo en Estados Unidos, según un análisis de los datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) en septiembre de 2011, cada 14 minutos había una muerte por abuso de drogas, y las más mortíferas eran las drogas recetadas (cf. Univisión, 22.09.11).

La droga seguirá cobrando vidas y destrozando familias de miles de hombres y mujeres que mueren a diario encadenados por la adición aunque se opte por la ingenua propuesta de quienes consideran como la solución al problema que una ley puede hacer bueno lo malo. Legalizar el veneno no lo hace golosina o, como decía C.S. Lewis: “Aunque el veneno se ponga de moda, no deja de matar”.

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