25 de febrero de 2013

Evangelizar a la manera de Dios

Autor: Luis Eduardo Rodríguez Alger

Don Bosco no engañó a los niños con falsas promesas: les enseñó, con sencillez, el camino de la verdadera alegría. Ni recurrió Madre Teresa a técnicas secretas para mover los corazones de miles: veía en cada ser humano la imagen y la presencia latente de Jesucristo.

Y ¿qué podemos comentar acerca del papa Benedicto XVI? ¿Acaso congregaba las multitudes imponiendo su autoridad? No, la cabeza visible de la Iglesia atraía a niños, jóvenes, adultos y ancianos de todo el mundo y de culturas diferentes porque personificaba el ejemplo de obediencia y docilidad a la voluntad de Dios. ¡Esto es evangelizar!

Los discursos y las homilías no cambiarán el mundo. Los lloriqueos no aportan soluciones, ni ayuda el cruzarse de brazos. Los juicios y las condenas podrían relegarse para el tribunal celestial. Hoy hay que evangelizar. La Buena Nueva debe ser llevada a todo el mundo, a todo hombre.

No hacen falta nuevas “palabras”: el Verbo, Cristo Jesús, tiene que brotar de la boca de todo creyente; sus acciones han de resplandecer con fulgor divino. A Dios se llega por el mismo camino por el que Él vino a nosotros. El Hijo, encarnándose, muriendo y resucitando, nos enseñó a obedecer: “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Flp 2,8). Si nos ama es porque descubre en nuestra alma el reflejo de su imagen: “a imagen de Dios lo creó” (Gén 1,27). ¿Cuándo se ha llenado el corazón del hombre con mayor alegría y regocijo que cuando supo que le había nacido un Salvador?

Todo cristiano debe evangelizar con su vida: el testimonio es la verdadera evangelización. ¡Qué fácil hubiera sido para Cristo dar un par de conferencias y regresar al cielo con el problema resuelto! Pero Él no quiso que fuera así: vino y vivió el mensaje, para que  los hombres aprendieran observándolo y luego lo imitaran.

Basta vivir con sencillez y alegría, porque Cristo ha resucitado. Hay millones de personas, pero en cada rostro resplandece el Señor. El que lo sigue y acepta de buen grado su voluntad saldrá siempre vencedor en la batalla del espíritu. No se trata de algo de otro mundo: es nuestro mundo, son nuestras almas, es nuestro Dios.

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