25 de marzo de 2013

Amor: sentido de una vida sin sentido

Autor: Gerardo de Jesús Buitrago

Unos harapos eran lo único que cubría su cuerpo. Era un día frío que seguramente no pasaría desapercibido para ese pobre hombre que tendido en el piso intentando calentarse con su propio cuerpo.  Veía pasar uno a uno la cantidad de personas que, indiferentes, se paseaban por las calles de Roma. Les miraba suplicante y recibía, cuando le miraban, un mohín que negaba cualquier tipo de ayuda.

¿Puede mantenerse la vida de un hombre en aquellas condiciones? ¿Se puede vivir alimentándose día a día de la ingrata indiferencia de los hombres? Posiblemente la respuesta sea no, pero es también necesario agregar que no todos los hombres son indiferentes al dolor ajeno. El hombre es el único ser que tiene la capacidad de compadecerse de sus semejantes. Pero tristemente es el único que tiene la capacidad de no usarla.

Hace unos días caminando por Roma junto con un amigo, descubrí que el corazón del hombre es un misterio. Una señora con el rostro desencajado por el hambre y la tristeza en el corazón por la apatía, se nos acercó y, entre la gente que nos rodeaba, nos pidió un poco de dinero para comer. Yo, quizá con el corazón un poco triste, le dije que sinceramente no traía dinero. Ella incrédula se acercó, pero mi amigo le tendió la mano y le preguntó algo que quizá nadie en mucho tiempo le había preguntado: “¿Cómo te llamas?”

Creo que ya había olvidado los momentos durante mi infancia en que yo también les hacía esa misma pregunta. La sonrisa que se dibujó en sus labios y la ternura de sus ojos conmovió sobremanera mi alma. Vienen casi obligatorias a mi mente las palabras de Pedro: “No tenemos ni plata ni oro pero lo que tengo te lo doy”.

Dar no exige siempre una cosa material. Quizá no vendría mal “darnos”, darnos a nosotros mismos. A esta señora solo le dimos dos dulces que llevaba en el bolsillo, y al mismo tiempo le dimos algo que pocos le habían dado: volver a tratarla como a una persona.  Alguien a quien puedes llamar por su nombre. La caridad tiene nombre propio.

Al día siguiente, vísperas de la elección del papa Francisco, salí con otro de mis amigos. Él se acercaba a los pobres y les daba un abrazo.  Expresión de la calidez y de la cercanía que solo un hombre es capaz de transmitir con el simple gesto de rodear a otro con sus brazos. El abrazo dado a un pobre es como borrar de su memoria la cantidad de indiferencia que le rodea. El verdadero amor no escatima ningún abrazo cuando ve que el otro necesita que el mundo le diga que su vida puede tener un sentido.

Ese mismo día otro amigo se había preparado algo para almorzar y lo llevaba en su mochila. Al prepararse el almuerzo se encontró en la misma situación de todos aquellos a quienes repartió su comida: pidiendo. Los sándwiches y los jugos que iba a comer terminaron en el hambriento estómago de un pobre o en los resecos labios de quien le pedía algo de beber.

He repetido por tres veces que el hombre es “capaz de…” Y ahí está la clave de ese sentido de una vida sin sentido. En el mundo de hoy hay miles de vidas sin sentido. Unas visten harapos, otras trajes y corbatas, pero la respuesta que podemos ofrecer a cada una de ellas es el Amor. Éste es más fuerte que la muerte, éste da sentido al sinsentido.

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