4 de marzo de 2013

Papa conservador o Papa liberal

Autor: Jesús David Muñoz

Después de que Benedicto XVI anunciara el pasado 11 de febrero su renuncia como sucesor de San Pedro, han comenzado a llover por doquier listas de cardenales “papables” que podrían venir a ocupar la silla del Vicario de Cristo. Entre los muchos artículos de opinión que abarrotan la prensa sobre esta cuestión, destacan aquellos que hablan de la necesidad de un Papa más “liberal” y “abierto”, en contraposición al ultra-conservadurismo que, según ellos, ejerció el Pontífice saliente.

En temas como el celibato sacerdotal, la ordenación de mujeres, el aborto, la eutanasia, etc., Benedicto XVI pasó a ser para muchos la cara de una Iglesia que no quiere “progresar”. Pero el Espíritu Santo ha sido más inteligente que muchos de estos librepensadores, pues ha hecho comprender a toda la Iglesia, al Papa de hoy y lo hará entender al Papa de mañana, que progresar no significa moverse en una dirección sino más bien moverse en la dirección correcta; que progresar no significa ser esclavo de la moda sino ante todo nadar contracorriente: solo algo vivo puede ir contracorriente, y esta es la mejor prueba de que la Iglesia, su misión y sus Pastores, están vivos.

Como bien afirmaba Chesterton: “La doctrina, la moral y la disciplina católica puede que sean paredes; pero son las paredes del terreno de juego” (cf. Ortodoxia). Si las quitamos, no solo eliminamos los medios para conservar la fe firme, sino los medios para mantener la fe alegre y para proteger el júbilo contenido en ella.

Gracias a Dios, el Espíritu Santo no entiende de liberales y conservadores, ni se basa en listas de prensa. Lo podemos ver en el primer Papa. San Pedro podría haber pasado por el más liberal de los apóstoles cuando quiso apartar a Jesús de la cruz: “No lo permita Dios, Señor, eso no te puede pasar a ti”. Y también podría pasar por el más conservador de ellos: “Yo daré mi vida por ti”.

Queda a nosotros pedir un Pastor, no según las categorías del mundo, sino simplemente el que Dios quiera enviarnos: un hombre santo, generoso, humilde y fiel a la “dirección correcta”: el Evangelio.

Para decirlo con Chesterton: no deseamos un Papa que nos dé la razón cuando la tenemos, sino más bien un Papa que esté en lo cierto cuando nos equivocamos (cf. La Iglesia Católica y la conversión).

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