1 de mayo de 2013

Iglesia, imposiciones y aborto

Autor: Fernando Pascual

Como la idea aparece con cierta frecuencia, hace falta reflexionar sobre la misma: cuando la Iglesia católica se opone al aborto, ¿no estaría buscando imponer una idea ética o religiosa de un grupo a toda la sociedad?

El modo de razonar tras esta pregunta puede ser más o menos claro: el aborto es un tema discutido sobre el que hay muchos puntos de vista. Uno de ellos es el punto de vista de la Iglesia católica, que considera el aborto como un delito. Sin embargo, existen otros puntos de vista, como el de quienes ven el aborto como una solución ante problemas graves que afectan a miles de mujeres. Estaríamos, así, ante visiones diferentes que estarían llamadas a convivir en un mundo pluralista.

¿Qué deberían hacer, entonces, los parlamentos y las autoridades? Según algunos, constatar la diversidad de opiniones y luego ver cuál sería la más aceptada por la gente, sea a través de un referéndum, sea con los votos de los parlamentarios que representarían los puntos de vista de la sociedad.

Si las cosas están así, el aborto se convertiría en un asunto (como tantos otros) que es analizado según posturas éticas contrapuestas, las cuales contarían con un apoyo popular diversificado. A esto algunos añaden una continua crítica a la Iglesia: esta institución defendería que su punto de vista es superior respecto de los defensores del aborto, y que en un tema como el que se refiere a la vida o a la muerte de los embriones no vale la democracia, en cuanto que un derecho fundamental no puede ser puesto nunca a votación.

Este modo de pensar, argumentan los críticos de la Iglesia, sería antidemocrático e impositivo. En otras palabras, al decir no al aborto y sí a la defensa de la vida de los hijos antes de nacer, la Iglesia católica buscaría imponer una visión ética y religiosa particular (la de los católicos y quizá otros colectivos) a todo el Estado. ¿Sería esto legítimo?

Plantear así las cosas coloca a la Iglesia en una situación no especialmente fácil, por dos motivos. Primero: la acusa de ser antidemocrática. Segundo: la presenta como promotora de imposiciones de ideas y valores que no son aceptados por muchos en la sociedad.

Si analizamos más a fondo la situación, el tema del aborto implica ciertamente el peligro de que unos impongan su punto de vista a otros. Pero ese peligro no sólo “afectaría” a la Iglesia, sino que también amenaza a quienes la critican.

Existe, sin embargo, un aspecto con el que entraríamos en una perspectiva interesante ante este tema. Quienes critican a la Iglesia de querer imponer una visión ética a otros al rechazar el aborto proponen, al mismo tiempo, que sea lícito imponer la muerte a un ser humano que acaba de nacer.

En otras palabras, la verdadera imposición, que es además injusta y que va contra la defensa de un derecho humano fundamental, no está en quien dice no al aborto, sino en quien defiende, falsamente, que exista un derecho al aborto.

Porque hablar de “derecho al aborto” es tan contradictorio como defender que exista un derecho a la eliminación de seres humanos inocentes, pues eso es lo que ocurre en cada aborto provocado: unos, adultos, provocan la muerte de otros, embriones o fetos indefensos.

Hay que abrir los ojos ante estos hechos para denunciar propagandas demagógicas: ir contra el aborto no implica oponerse a la democracia, sino que lleva a defender uno de los pilares fundamentales para que exista un sano sistema de gobierno, el que tutela la vida de todos los seres humanos, antes o después de su nacimiento.

En otras palabras, la Iglesia, al decir “no” al aborto, está diciendo “sí” a la justicia y a los derechos humanos fundamentales. De este modo, se opone a una de las más graves imposiciones, la que permite a los adultos eliminar a seres humanos indefensos, y promueve así uno de los pilares irrenunciables para que exista un sistema democrático auténticamente sano.

No hay comentarios: