6 de mayo de 2013

Déjalo libre para que a ti regrese

(Para padres de familia sobre el matrimonio y los hijos)
Autor: Alejandro Martín del Campo

Los refranes populares encierran sabiduría perenne. Su contenido es válido tanto para el senador de la Roma imperial como para el agricultor de la Edad Media; para el ama de casa y para el empresario de negocios. Uno de éstos suena así: “Si tienes algo, déjalo libre. Si regresa, es tuyo; y si no regresa, nunca lo fue”. El refrán, visto desde la óptica del matrimonio, es muy elocuente; pero, conviene apreciar bien su melodía.

La vocación matrimonial encierra aspectos riquísimos; y son dos sus fines a los que la institución matrimonial se compromete: la vida conyugal y la apertura a la vida. Los dos fines son ámbitos profundos para la reflexión. Por ahora, este artículo se concentra en algunos aspectos del segundo: la relación padres-hijos, y la libertad que deben otorgar los primeros a los segundos.

Así como surge la aurora cada día, debe surgir en el matrimonio el interrogante sobre el trato con los hijos, y el espacio de libertad que éstos merecen. Los padres ven a los hijos en todas sus etapas: desde la más delicada infancia cuando balbucean las primeras palabras (tata y mama), hasta el joven rebelde y amiguero, e inclusive hasta el hombre maduro y responsable.

De esta manera, los lazos afectivos de los padres hacia los hijos crecen, y en muchos casos se vuelven posesivos con el pasar de la vida. Son como una trampa sin escapatoria; luego sin libertad. Entonces, ¿los hijos pertenecen a los padres? O, ¿de qué manera?

Todo hombre, un sujeto libre, puede elegir su camino personal que le configurará el resto de su vida. Por ello, en línea de principio, no es lícito que un obstáculo, por ejemplo los padres, se interponga y obture en el camino elegido.

Los padres, pues, no son los últimos poseedores de sus hijos, aunque los hayan engendrado. Esto no sustrae el esfuerzo constante de educación; sino que es una exigencia de los padres formar en sus hijos excelentes ciudadanos, y fieles a sus compromisos con Dios. Por ello, la labor de los padres no sufre menoscabo al descubrir que los hijos no son suyos; al contrario, es un gran aliciente en su crecimiento y maduración como individuos y pareja.

Sí, los refranes populares encierran sabiduría de oro. Muchos padres saben que sus hijos no son suyos, y les dan un sinfín de comodidades que, a la larga, impiden la libertad; sólo los padres libres, parafraseando a M. Bontempelli, no quieren dominar a otros. Es bello y gratificante contemplar dos, tres o más hijos, ya hombres maduros, alrededor de dos viejecitos cogidos de la mano. “Déjalo libre para que a ti regrese”.

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