31 de mayo de 2013

Haz el bien y hazlo bien

Autor: Jesús David Muñoz

Cada quien puede imaginarse a la Virgen María como quiera, pero la fiesta de la Visitación de María a santa Isabel, nos deja relucir unas cualidades de la Doncella de Nazaret que van quitanto espacio a la imaginación y nos llevan a comprender cómo era Ella en realidad.

Para comenzar, a María nadie le pide que vaya a ayudar a Isabel. El ángel le comenta lo de su embarazo simplemente para mostrarle que para Dios no hay nada imposible. Pero Ella parece ser experta en leer entre líneas y va más a fondo. Es una de esas personas que no puede estar tranquila viendo que alguien está pasando una necesidad. Nunca fue una mujer de brazos cruzados, parlanchina o dada al ocio. Todo lo contrario, para ella ni siquiera el embarazo era motivo para quedarse sentada.

Isabel vivía en un pueblo de las montañas de Judea. Este mero dato nos ayuda a darnos cuenta que ir a ver a su anciana prima estaba lejos de ser una breve y agradable caminata dominguera.

En la actualidad, los medios de transporte han convertido un viaje a la montaña en algo podríamos decir agradable y poco fatigoso. Pero en aquel tiempo debía ser una verdadera penitencia, de modo que el que quería hacer un viajecito semejante lo pensaba veinte veces, sin contar todas las provisiones y víveres que tenían que llevar. El buen samaritano es un gran ejemplo de un hombre que sabía lo que era viajar por aquellos caminos en esos tiempos; llevaba: vino, aceite, vendas, cabalgadura y dinero, entre otras cosas. 

María, ni corta ni perezosa, nada más escuchar la noticia del embarazo de su pariente, toma sus cosas y al día siguiente, temprano, ya estaba sobre un borrico rumbo a esta aldea perdida en los cerros desérticos de Judea para atender a su familiar en cinta.

María es así: mujer de pocas palabras y de acciones efectivas, prudente en determinar pero diligente en actuar, enemiga de la pereza y generosa en su entrega.

Ahora bien, esta actitud no se transmite por telepatía ni de la noche a la mañana, tampoco viene por herencia genética. No viene incluida en el paquete de ser la “Madre de Dios”. La generosidad con Dios y la caridad con los demás es algo que se va formando todos los días.

También conviene aclarar que la caridad de María no es solo “explosiva”, de rachas, de impulsos del momento. No entró, saludó, comió y se fue. Dice el Evangelio que la Virgen se quedó con Isabel unos tres meses, solo después regresó a su casa. La bondad de María no consiste en hacer acto de presencia y luego irse. No le interesan las apariencias. Era una actitud constante propia de aquella que se dará cuenta en Caná que se había acabado el vino antes incluso que el mayordomo. La constancia y la perseverancia en hacer el bien muestran qué tan sincera y desinteresada es nuestra caridad y nuestro amor al prójimo.

¡Cuántas cosas enseña María con un simple gesto!

No hay que hacer el bien a medias; debemos huir de toda fragmentación de la caridad.

¿Cómo es la calidad de nuestro amor a los demás?  La Virgen y la fiesta de hoy invitan entre otras muchas cosas a formar una caridad profunda y real, que encarna las palabras en los gestos y acciones cotidianas de la vida en la familia, en el trabajo, etc.

La caridad, para ser verdadera, tiene que costar, tiene que sacar sudor, tiene que llevarnos de la comodidad a la diligencia, de la molicie a la heroicidad: dinámica.

Los santos, por su parte, han sido hombres y mujeres que han salido de su comodidad para meterse en “pleitos”. Para la Madre Teresa no fue muy cómodo trabajar en Calcuta con los más pobres de los pobres. Salir al encuentro de los demás requier dejar la poltrona del bienestar. Pero no hace falta irse a Calcuta, muchas veces las personas más necesitadas de nuestra donación son las que tenemos más cerca, en casa, en el trabajo, en la calle, en la tienda, etc.

¡Haz el bien y hazlo bien es la leccion de María en esta fiesta de la Visitación!

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