21 de junio de 2013

Vocación de guardianes

Autor: Celso Julio da Silva

Cuenta el Génesis que Dios preguntó a Caín: “¿Dónde está tu hermano Abel?”. Y este respondió: “¿acaso soy yo guardián de mi hermano?”.

A finales de mayo de 2013 encontraron en China a un recién nacido dentro de una tubería de desagüe. Algunas personas oyeron sus llantos, lo ubicaron y lo rescataron.

Los medios de comunicación dicen que se encuentra bien. La madre afirmó que, accidentalmente, el bebé se le resbaló por el inodoro y tristemente lo ha rechazado. Varias familias ya han solicitado la adopción y delante de este acontecimiento que nos impresiona, el interrogante sigue revoloteando en el aire: “¿Dónde está tu hermano?”.

El diálogo entre Dios y el hombre se actualiza continuamente en nuestra sociedad y no podemos colocarnos los tapones del materialismo, del relativismo y la indiferencia para no escuchar la voz interpelante de Dios.

No  nos sentimos guardianes de la vida y por eso somos tan fáciles para colocarnos los tapones y dejar que Dios siga preguntando al viento: “¿Dónde está tu hermano?”. Esas ocurrencias que atacan la vida y la dignidad de un hijo de Dios deben conmocionarnos y hacernos valorar nuestra vocación de auténticos guardianes de la vida. 

Aludiendo a la Sagrada Familia, el Papa Francisco, al inicio de su ministerio, alumbró nuestros corazones invitándonos a la vocación de guardianes, a custodiar la creación y dominar la tierra con la fuerza del amor. Cuando se deja de amar y de servir al prójimo es cuando nos ponemos los tapones para no escuchar la voz de Dios que nos llama a ser guardianes de la vida y de la dignidad de la persona humana desde su concepción hasta su muerte natural.

“¿Dónde está tu hermano?”. Tan ciego estaba Caín en su pecado que le devolvió a Dios otra pregunta aún más atrevida: “¿acaso soy guardián de mi hermano?” Este planteamiento revoca al pecado más grave; es cuando, además de matar a nuestro prójimo, nos rebelamos diciendo: “¿Quién es mi hermano? ¿Qué tengo yo que ver con mi hermano?”. Aquí está el enorme pecado de nuestra sociedad, y necesita abrir los ojos del alma para vivir un mundo más humano y más fraterno.

No seamos los Pilatos del siglo XXI que se dejan llevar por el griterío de la multitud anhelando la muerte de un inocente y, arrastrados de esa manera, nos lavamos lisa y llanamente las manos. No nacimos para ser Herodes de nuestro tiempo, incapaces de compartir la vida y la existencia, para zarandear la espada contra quienes todavía no pueden defenderse de tanta maldad. Dios nos está llamando ahora a una vocación sublime: guardianes de la vida, guardianes de la creación.

Nos ayuda a valorar la sacralidad de la vida y nuestra vocación de guardianes la encíclica “El Evangelio de la vida” del Beato Juan Pablo II; una encíclica de gran riqueza, una verdadera perla, donde Juan Pablo II nos decía que sólo alcanzaremos la felicidad cuando vivamos con plenitud esa vocación de guardianes de la vida y de la persona en su integridad. De hecho, el primer capítulo atañe precisamente a la pregunta de la que hemos partido: “¿Acaso soy guardián de mi hermano?”.

Cuando nos sintamos responsables de la felicidad de nuestro prójimo, entonces sabremos lo que es disfrutar de la propia vida y vivir en plenitud la vocación que Dios nos ha otorgado.

Seamos a partir de hoy guardianes de la vida en nuestra casa, en nuestro barrio, en nuestra comunidad, con los que nos rodean, y así alcanzaremos la felicidad que consiste solamente en hacer a los demás felices. Que vivan y vivan en abundancia. Tú y yo seremos siempre guardianes de la vida humana.

No hay comentarios: