27 de diciembre de 2013

El vientre de María

Autor: José Gustavo Cerros

La fe nos permite volver a vivir y contemplar el momento que cambió el curso de toda la historia: el nacimiento del Dios hecho Carne, engendrado en el seno virginal de María.

Desde que el ángel anunció a María han transcurrido muchos años y, sin embargo, ahora parece como si todo hubiese sido un dulce sueño. A pesar de esto, en aquel entonces sus conocidos, mirando su vientre, notaban algo “distinto”; quizá lo contemplaban un poco más exaltado o quizá un poco diferente al de una virgen. Nadie sabía nada, a excepción, claro está, de María y de su amado José.

Pocas semanas pasaron cuando Ella despertó y palpó en su seno aquellas palabras que ya parecían ser viejos recuerdos, y pudo por vez primera, acariciar suavemente la creatura que traía dentro. Sus dedos delgados y llenos de vida se deslizaban suavemente sobre esa pequeña elevación que ahora yacía debajo de sus vestidos. El Dios Encarnado era protegido y alimentado por una Mujer sin mácula alguna.


El secreto de su vientre era noticia de gozo para los cielos y sobre la tierra, esperanza inesperada  para los hombres.  Dormía seguramente, pendiente de no molestar al niño, susurrándole en la soledad de su lecho, cuánto ya le extrañaba. Sabía que lo concibió por obra del Espíritu y que su misión era darlo como ofrenda para su pueblo.

Aún no lo podía ver, pero sentía su pequeño corazón palpitar al unísono que el suyo. Dos corazones enlazados por la Gloria del Padre, a punto de cambiar toda la historia. El Varón de dolores y la Madre Dolorosa, juntos en el centro del universo y al mismo tiempo, en el lugar jamás pensado para el nacimiento de todo un Rey. 

“Ya casi es hora”, diría María a José… “Vamos a buscar un lugar donde el niño pueda nacer… Dios está con nosotros José. Todo saldrá bien”.

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