11 de diciembre de 2013

Epicteto y la interrupción del embarazo

Autor: Salvador Arellano LC.[1]

Epicteto observaba el periódico sentado en la plaza de una gran ciudad sorprendido por la noticia de alguna discusión legal que se estaba dando en el senado. Se acercó a él un famoso político y Epicteto, tras informarse sobre algunos detalles de lo que ocurría, le preguntó si tenía mujer e hijos.

Al contestar el otro que sí, le siguió preguntando:

–¿Qué tal te va con eso?
–Mal –dijo.

Y él:
–¿Cómo está eso? Los hombres no se casan y tienen hijos para ser desdichados, sino más bien para ser felices.
–Pero yo –dijo– tengo tan mala suerte con mis hijos que, cuando hace poco me enteré que mi próximo hijo nacería con síndrome y que probablemente viviría sólo unos pocos años, por el cariño con que lo esperaba no soporté la idea de presenciar su nacimiento y enfermedad, sino que para evitar su sufrimiento y el de su madre…
–Y quizá el tuyo –pensó el filósofo.
–… Hemos decidido interrumpir el embarazo. Así ninguno sufriremos.
–¡Pero bueno! ¿A ti te parece que eso es obrar correctamente?
–De acuerdo con la naturaleza –dijo.
–Pues convénceme tú –dijo– de que es conforme a la naturaleza y yo te convenceré de que todo lo que sucede conforme a la naturaleza está bien.
–Pues no querer ver sufrir a nuestros hijos es cosa que nos pasa a todos o a la mayoría de los padres –dijo.
–Y yo tampoco digo lo contrario –respondió Epicteto–, que no suceda, pero lo que está en discusión es si está bien. Porque si es por eso, hemos de decir que también los síndromes existen para bien del cuerpo, ya que existen, y, en pocas palabras, que el equivocarse es conforme a la naturaleza, ya que casi todos, o al menos la mayoría, nos equivocamos. Muéstrame tú que interrumpir el embarazo es conforme a la naturaleza.
–No puedo –dijo el político–; mejor muéstrame tú por qué no es conforme a la naturaleza ni está bien.

Y él respondió:
–Si discutiésemos sobre lo blanco y lo negro, ¿qué criterio utilizaríamos para reconocerlos?
–La vista –dijo.
–Y sobre lo caliente y lo frío; y sobre lo duro y lo blando, ¿cuál?
–El tacto.
–Entonces, puesto que discutimos sobre lo que es conforme a la naturaleza y lo que está bien o no está bien, ¿qué criterio quieres que tomemos?
–No lo sé –dijo.
–Ciertamente, desconocer el criterio relativo a los colores, olores o incluso los sabores no es gran perjuicio, pero en lo relativo a lo bueno y lo malo, y a lo conforme a la naturaleza y lo contrario a la naturaleza, ¿te parece que será poco perjuicio para el hombre que lo desconozca?
–El mayor, desde luego.
–Venga, dime: todo lo que les parece a algunos bueno y conveniente, ¿les parece con razón? ¿Es posible que todas las opiniones sobre una misma cosa, aunque se contradigan digan la verdad?
–¿Cómo va a ser posible?
–Entonces, creo es totalmente forzoso que si son correctas unas opiniones sobre una misma cosa, aquellas que las contradigan no sean correctas.
–¿Cómo no habría de serlo así?
–Donde hay ignorancia, hay también desconocimiento y falta de educación sobre las materias necesarias.

El otro estuvo de acuerdo
–Tú, por tanto –dijo Epicteto–, una vez que te des cuenta de estas cosas ciertas no te esforzarás por ninguna de las opuestas ni tendrás que atener tu opinión a nada más, sino que tras haber aprendido el criterio de lo conforme a la naturaleza, sirviéndote de él juzgarás en cada caso particular. Pero en la presente circunstancia puedo ayudarte para lo que quieres con eso: ¿te parece que el cariño familiar es conforme a la naturaleza y bueno?
–¿Cómo no habría de serlo así?
–Entonces por un lado, el cariño familiar es conforme a la naturaleza y bueno, y por otro lado, lo razonable no es bueno.
–De ninguna manera.
–Entonces, ¿no hay ninguna contradicción entre lo razonable y el cariño familiar?
–Me parece que no.
–Si no lo hay, es forzoso que de dos cosas que se contradicen, si la una es conforme a la naturaleza, la otra sea contraria a la naturaleza. ¿O no?
–Así es –dijo–.
–Por tanto, ¿declararemos convencidos que es correcto y bueno lo que hallemos que es igualmente propio del cariño familiar y de lo razonable?
–De acuerdo –dijo–.
–¿Y entonces? Interrumpir la vida de un embrión, o sea matar a un ser humano, para evitar que sufra en una vida breve con un síndrome y muera de manera natural, no creo que no estés de acuerdo en que no es razonable. Nos queda por ver si es cosa propia del cariño familiar.
–Veámoslo.
–Acaso tú, por el cariño con que esperas a ese bebé, ¿harías bien en deshacerte de él para evitar que sufra? ¿Tus padres no sentían afecto por ti?
–Claro que lo sintieron.
–¿Y no habrás de morir alguna vez y antes de eso tener algunos sufrimientos en la vida?
–Es cosa natural.
–Entonces, ¿debían también tus padres haberte dado muerte antes de nacer por el cariño que te tenían?
–No debían.
–¿Y tu nodriza? ¿Sentía afecto por ti?
–Sí que lo sentía –dijo–.
–¿También ella debería haberte matado?
–De ningún modo.
–Y tus maestros, ¿te han querido?
–Sí que me han querido.
–¿También debían de haberte quitado la vida, para evitar tus sufrimientos y por causa del gran afecto que te tenían tus padres, y quienes te rodeaban para que murieras antes que sufrir?
–¡Claro que no!
–Entonces, lo que uno cree que es adecuado para sí mismo porque siente afecto, ¿no es injusto e irreflexivo no permitírselo a quienes igualmente sienten ese afecto?
–Es absurdo.
–¡Ea! ¿Si tú estuvieras enfermo querrías que tus parientes y sobre todo tus hijos y tu mujer sintiesen tanto afecto por ti que te mataran o te dejaran morir? Si es así, resulta que lo que piensas hacer no es en modo alguno propio del afecto.
Y entonces, ¿qué? ¿No era nada lo que te movía y te incitaba a interrumpir el embarazo de tu esposa para evitar el sufrimiento del bebé? ¿Cómo sería esto posible? Basta que nos convenzamos de esto: de si es razonable que no hemos de buscar fuera de la razón que hagamos algo o no lo hagamos, que digamos algo o no lo digamos. ¿Cuál sería la razón de obrar fuera de la razón y del bien?
–Ninguna.
–Tal y como son nuestras razones en cada cosa, así son los resultados. Cierto es que obramos conforme a nuestra opinión; por tanto, cuando nos formemos una opinión, hay que hacerlo conforme al bien y conforme a la razón.
–¡Me has convencido!–concluyó el político.


[1] Este diálogo está basado en la disertación sobre el Cariño familiar. Cf. Epicteto. Disertaciones por Arriano, Madrid (1993). Editorial Gredos. Traducción del griego de Paloma Ortiz García., L. I, cap. XI, pp. 90 – 95.

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