Autor:
Fernando Pascual
Sobre el aborto provocado a
veces se toman posiciones tan radicales que, al final, algunos prefieren dejar
el tema de lado. Conviene, sin embargo, buscar caminos para una discusión
serena sobre este problema, porque en cada aborto muere un poco una madre y
deja de nacer un hijo, y la cosa tiene su importancia...
No todos defienden el aborto
de la misma manera. Unos querrían permitirlo sólo en algunos casos especiales
(violación, peligro de la vida de la madre). Otros (seguramente pocos)
defienden el aborto totalmente libre y gratuito para cualquier mujer y en
cualquier momento, sin que ningún hombre (esposo, amante, familiar) pueda
oponerse al derecho absoluto de la mujer sobre su cuerpo y sobre lo que pueda originarse
dentro de ella. Hay que reconocer que algunos de los defensores del aborto del
primer grupo son vistos como antiabortistas, en el sentido de que no quieren un
aborto tan libre como el que defienden los del segundo grupo. De todos modos,
el hecho de que admitan el aborto en algunos casos los sitúa en el grupo de los
que defienden el aborto, si bien de modo restringido.
En el grupo de los que van
contra todo tipo de aborto provocado hay una gran unidad en el rechazo del
aborto, pero no la hay a la hora de ofrecer los motivos de su postura. Unos
dicen que van contra el aborto porque la vida es sagrada desde su concepción.
Otros afirman que no sabemos si la vida es o no sagrada, pero en cuanto vida
humana merece el respeto y la protección que podamos ofrecer todos, tanto la
familia como la
sociedad. Otros simplemente respetan cualquier vida biológica
(desde las plantas hasta los animales) y creen que la vida del embrión humano,
por más pequeña que sea, también es digna de respeto.
Aunque las posiciones sean muy
distintas entre unos y otros, podemos encontrar un punto que une normalmente a
los dos bandos (abortistas y no abortistas). Todos están convencidos de que
nadie tiene el derecho a eliminar ninguna vida humana inocente. En las
discusiones sobre el aborto tendríamos que reconocer este aspecto que nos une
para evitar dar vueltas sobre el aire. Casi ningún abortista admitiría que al
pedir la legalización del aborto pide una excepción a esta regla universal.
Entonces, ¿dónde radica la
diferencia de los dos grupos? En que algunos piensan que abortar no significa
matar a ningún ser humano inocente, mientras que otros sí creen que en cada
aborto se comete un homicidio. Para resolver este problema, deberíamos escuchar
lo que nos dice la biología. ¿Cuándo un ser humano empieza a vivir como ser
humano?
Los datos son claros: en las
especies que recurren a la reproducción sexual, la vida de un nuevo individuo
comienza en el momento de la fecundación. Antes de la misma tenemos ante
nosotros dos células especializadas, una masculina y otra femenina. Son células
que existen preparadas para la unión con la célula opuesta. Cuando se junta una
célula reproductiva masculina con su compañera femenina (en el caso del hombre,
un óvulo con un espermatozoide), se produce una mezcla de información genética
que da lugar a un nuevo individuo. Inicia una nueva vida.
Hay que reconocer también,
como nos dice la biología, que en los primeros momentos de existencia una vida
humana puede provocar el inicio de otro (y entonces se producen gemelos o
trillizos). Esto, sin embargo, no elimina el dato inicial: empezamos a ser
hombres con la
fecundación. Todo lo que acontece después sigue un desarrollo
que estaba en parte “fijado” (sobre todo gracias al ADN) en el momento inicial,
y en parte depende de la cantidad de aventuras y de encuentros que ocurren al
ponernos en contacto con todo lo que nos rodea (desde la concepción hasta el
momento en el que nos despedimos de la vida terrena).
Este sencillo razonamiento de
la biología debería ser lo suficientemente claro para llevarnos a reconocer que
en cada aborto es eliminado un ser humano. Es decir, se comete un homicidio.
Muchos abortistas, sin embargo, no aceptan esta conclusión, pues suponen que
existen seres humanos “menos humanos” que los demás. Por ejemplo, el embrión
hasta el día 14, o hasta el primer mes, o hasta las primeras 12 semanas, no
sería plenamente hombre. Si hay algunos que son “menos hombres”, otros serían
“más hombres” (porque han crecido más, porque empiezan a tener cerebrito,
porque son “viables”, o porque ya les late el corazón). De este modo, se
establecen discriminaciones según las cuales unos (los que cumplen ciertas
características) pueden ser protegidos, mientras que otros no.
Hay otros defensores del
aborto que reconocen que el embrión y el feto son seres humanos. Pero añaden
enseguida que estos individuos se encuentran en desarrollo hasta antes de
nacer, y así serían menos importantes que un ser humano ya nacido. Para
completar este “pero”, deberíamos recordar que estamos en estado de desarrollo
hasta los 17-20 años, y entonces ese “pero” puede ser peligroso para los que no
han llegado a la edad (no muy precisa) de la plena madurez humana. Además,
después de llegar a la plenitud, empezamos todos un proceso de degeneración o
decadencia que llevaría a admitir nuevos “peros” sobre las personas que ya
están más allá de la frontera de los “perfectos”...
Admitamos la hipótesis según
la cual todo ser humano, desde su concepción hasta su muerte, goza de igual
dignidad y merece ser respetado. Incluso en este presupuesto, algunos
abortistas podrán decir que existen casos en los que el embrión o feto atenta
contra los derechos, la libertad o la salud de la madre. En esos casos,
nos dicen, debería ser lícito el aborto como medio para solucionar un
“conflicto de intereses” o de derechos. También este argumento parece débil. Es
propio de una sociedad progresista y civilizada el resolver los conflictos en
el máximo respeto de cada uno de los “contrincantes”. Si un hijo es visto como un
problema, si no es amado, es cierto que nadie puede obligar a amar a unos
padres, a una madre. Pero lo mínimo que se exige a cualquier persona es que
intente proteger el bien de quien pide sólo un poco de paciencia y un mucho de
ayuda para poder continuar una vida que ya existe y que no podemos eliminar sin
cometer una grave injusticia.
El debate sobre el aborto no
debe dejar de lado verdades que nos ofrece el mundo de la ciencia y del
derecho. Pero debe integrar, y quizá esto sea lo más importante, esos
sentimientos que nacen en casi todas las mujeres que perciben cómo algo nuevo
inicia en su seno. Aunque sea adolescente, aunque no esté casada, el instinto
materno sabe que lo que “allí” se mueve no es un objeto, sino un hijo. No
podemos olvidar esta verdad sin cometer una grave injusticia hacia tantas
mujeres que lloran porque se les hizo fácil un aborto que, en el fondo de su
corazón, no querían.
Tal vez desde esa experiencia
de quien abortó y gime por haber perdido a ese hijo que empezaba a vivir podamos
construir un debate sobre el aborto que nos lleve, con serenidad y con
justicia, a promover una cultura del amor, de la acogida y del respeto. Una
cultura que defienda el lugar de todos, aunque algunos ocupen solamente un poco
de espacio en el útero de una mujer necesitada de apoyo y de esperanza.
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