13 de marzo de 2012

Benedicto XVI y México: la lucha por la paz

Autor: Jesús David Muñoz

México prevé recibir a Benedicto XVI con repique general de campanas el próximo 23 de marzo de 2012 (cf. ACI 25.01.12). Será la primera vez que Joseph Ratzinger pise tierras mexicanas como sucesor del apóstol Pedro.

 Estamos hablando de una de las visitas más esperadas del Santo Padre, por albergar México un 82% de católicos en su población (cf. censo 2010) y contar, además, con el santuario católico más visitado del mundo después del vaticano (cf. Encuentra.com).

 Muchas son las problemáticas que envuelven al México que recibirá a Benedicto XVI. Hablamos de un país en el que cinco años de guerra contra el narcotráfico y el crimen organizado han cobrado la vida de cerca de 60 mil personas (cf. Proceso 10.12.11), mientras que 46,2 millones de personas viven en condiciones de pobreza, particularmente ‘pobreza alimentaria’ (cf. CNN 15.12.11), a los que se suma que cuatro de cada diez personas mayores de 15 años no concluyen sus estudios de educación básica (cf.El Universal 02.01.11); un país azotado en algunas de sus regiones por sequías atípicas (cf.Agencia Fides 07.02.12) y en otras por fuertes inundaciones (cf. CNN 05.09.11).

 Sin duda, la violencia, la corrupción y la impunidad son unos de los puntos neurálgicos de la compleja problemática mexicana. La paz y la seguridad han venido a constituir el objetivo primordial a todos los niveles de la sociedad.

 Benedicto XVI, mucho más allá de aquellos que quieren ver en esta visita una finalidad meramente política, viene a México como peregrino y mensajero que anuncia la paz, como bien señalaba la CEM (Conferencia Episcopal Mexicana) en uno de sus comunicados: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la Paz! (Is 52,7)” (texto completo en el siguiente enlace).
Ahora bien, ¿cuál es el camino efectivo hacia la paz?

El entonces cardenal Ratzinger, comentando esta cita del Evangelio “He venido a traer fuego sobre la tierra y ¿qué quiero sino que arda?” (Lc 12,49), opinaba que es quizá una de las sentencias más importantes pronunciadas por Jesucristo sobre la paz. En ella Jesús nos está enseñando el punto de partida: “que la verdadera paz es belicosa, que la verdad merece sufrimiento y también lucha. Que no puedo aceptar la mentira para que haya sosiego” (J. Ratzinger, Dios y el mundo, Círculo de Lectores, Barcelona 2005, p. 210).

Es un gran error pensar, y esto se puede dar mucho entre aquellos que ven todo con ojos de política, que se alcanzará la paz cuando se organice una estructura de seguridad civil infranqueable. En realidad, no estaríamos viviendo sino en un espejismo, pues la paz no es el resultado automático de meras estructuras. Podríamos contar con todas estas cosas, pero todavía estaríamos viviendo una paz de caricatura y postiza, que no ha llegado al elemento central del problema, que es el corazón de cada individuo que compone la sociedad.

Así lo explicaba el mismo Benedicto XVI en su última encíclica:

 “La paz corre a veces el riesgo de ser considerada como un producto de la técnica, fruto exclusivamente de los acuerdos entre los gobiernos o de iniciativas tendentes a asegurar ayudas económicas eficaces. Es cierto que la construcción de la paz necesita […] se adopten compromisos compartidos para alejar las amenazas de tipo bélico o cortar de raíz las continuas tentaciones terroristas. No obstante, para que esos esfuerzos produzcan efectos duraderos, es necesario que se sustenten en valores fundamentados en la verdad de la vida” (Caritas in Veritate, n. 72).

 Hay que dejar claro que todos los medios que se pongan a nivel político y económico son necesarios y que se requieren organismos que garanticen la seguridad de los ciudadanos. Estos elementos traerán, sin duda, estabilidad, pero no hay que ser crédulos para asumir que este camino nos conducirá a la armonía y fraternidad auténtica.

 La fuente de donde brota la paz genuina es el alma de cada hombre, y de allí se expande hasta impregnar toda la sociedad. Es, por lo tanto, consecuencia de una elección personal.

 ¿Opción por qué? La verdad. La paz genuina se logra acogiendo la verdad en la propia vida. Por esto mismo sufre violencia, porque la veracidad significa ir muchas veces contra el pensar y el modo de actuar general.

 A la luz de estos elementos, queda claro que la pacificación no será fruto exclusivo de que los delincuentes dejen este absurdo camino. El elemento decisivo y el comienzo del cambio real viene a dilucidarse cuando cada quien haga un análisis serio del propio comportamiento y decida no pactar con la mentira ni vivir en el engaño. Hay que destruir cualquier forma de convivencia con la doblez, como la que se da desde en cosas más ‘inocentes’ como la ‘mordida’, hasta una vivencia disimulada o incluso falseada de la propia condición y del estado de vida elegido como esposo(a), padre/madre, profesional, religioso(a).

 Podrá estar cerca el día en que esta violencia sin sentido y absurda cese. Sin embargo, aún así muchas personas seguirán viviendo en la inseguridad y en la zozobra, ya que el camino de la paz verdadera está oculto a los ojos de quienes no buscan, aceptan y defienden la verdad como rechazo a cualquier asomo de corrupción.

 Por último, conviene señalar que esta elección personal por la verdad demanda una educación que la propicie y promueva; una educación más allá de una mera transmisión de contenidos, sino más bien dirigida a la formación completa de la persona, dirigida al progreso de todos los hombres y de todo el hombre (cf. Caritas in Veritate, nn. 18 y 61).

 He aquí también cómo ese “optamos por la educación”, que ratificó la CEM en el comunicado antes citado, constituye un elemento decisivo en la conquista de este objetivo común.

 Aceptar la verdad es abrir la puerta para que entre la paz, y con ella Dios, en nuestro corazón, en nuestra familia y en nuestro país, ya que la paz es ‘belicosa’. Como decía el Papa Mexicano de feliz memoria: “Si quieres la paz, trabaja por la justicia. Si quieres la justicia, defiende la vida. Si quieres la vida, abraza la verdad, la verdad revelada por Dios” (Beato Juan Pablo II).

No hay comentarios: