19 de marzo de 2012

¿Quién dijo que la Iglesia está decayendo?


Autor: Sebastián Rodríguez

         “¡Dios ha muerto!” decían los titulares de las noticias en tiempos de Nietzsche. Ahora muchos podrían pensar que la Iglesia también agoniza tras los ataques de estos últimos años. Sin embargo ambas afirmaciones están equivocadas; Dios es eterno y la Iglesia está viva.

         ¿Es verdad que tanto Dios como la Iglesia han sufrido? Claro que sí. Hoy se habla de una crisis en la Iglesia: abusos, escándalos, poca participación de sus fieles, problemas dentro de ella, etc. Sólo si uno cierra ojos podría negar estos problemas. Siendo más gráfico, según los datos compartidos por el periódico español La Razón, el 5 de octubre de 2011, nos encontramos que el 73% de los españoles se consideran católicos, y sólo un 15,9% dice que acude a un oficio religioso casi todos los domingos y festivos.

         Sabemos que Dios, creador de todo, es Amor como lo explica la primera encíclica de Benedicto XVI “Deus Caritas est”. También lo vemos testimoniado en todo el Evangelio: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna" (Jn 3,14).

Pensemos por algunos instantes en todo lo que Él ha creado. ¡Cuántos nos maravillamos al ver paisajes tan bonitos, al mirar bosques, montañas y colores de tantos árboles y flores! Si nos transportamos a las profundidades del océano, ¡cuánta variedad de peces y flora marina! Y por las noches, si contemplamos un cielo despejado, nos admiramos de las estrellas. Dios ha creado todo eso por amor a nosotros, los hombres, y para nosotros.

         ¡Existimos gracias al amor de Dios! ¡Él pensó en cada uno de nosotros! ¡A Él le debemos nuestra vida! Eso nos debería llenar de entusiasmo. Sin embargo, a veces estamos acostumbrados, o peor, pensamos que todo esto lo recibimos por merecimiento personal.

Dios nos ha dado también el don de la libertad para que le podamos manifestar nuestro amor y poder corresponderle por todo lo que nos ha dado. Esto quiere decir que tenemos la facultad de elegir entre el bien y el mal, entre recorrer Sus caminos o negar Su amor. Desde Adán y Eva comenzó el pecado original: comieron del fruto prohibido, cayeron en la tentación al desobedecer los mandatos de Dios. Entonces, el pecado existe por el mal uso de nuestra libertad. Nosotros, ¿qué camino escogemos generalmente?

         Dios es impresionante. ¡Aún así nos sigue amando! Nos ama tanto que no nos deja solos ante el pecado. Él es el primero en intentar levantarnos cuando le ofendemos, sin importarle la gravedad de lo cometido.

Quizás nos parezca exagerada la siguiente comparación: hubo un tiempo que las hormigas estaban en peligro de extinción. Un hombre de campo vio el problema y se dio cuenta que haciéndose como ellas, las iba a poder salvar. Así, con todo su amor, pidió un deseo al mago de una lámpara para que le convirtiera en hormiga. De esta manera el hombre les pudo mostrar los caminos de la comida y un lugar apto para ellas. Ese hombre se sacrificó haciéndose como ellas, pero pudo salvar a todas las hormigas.

La comparación está en lo que hizo Jesucristo por el hombre. ¡Todo un Dios se hizo hombre! Ciertamente este misterio da mucho para meditar.

Los que creemos, sabemos que no todo acaba ahí. Jesús vivió 33 años en la tierra hablando sobre cómo debemos amar. También curó a muchos enfermos, resucitó muertos, perdonó pecados, enseñó a la gente, dio de comer al hambriento, etc. En resumen, “pasó haciendo el bien”, como dijo san Pedro. Sin embargo, los hombres decidieron entregarle y darle una cruel muerte en la crucifixión. ¡Sí, todo un Dios crucificado en un madero! Aún así Dios sigue amando a su creación: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).

Si se tratara una realidad creada por hombres, la Iglesia estaría muerta desde hace tiempo. Pero la Iglesia es de Dios. La Iglesia está viva como pudimos verlo en la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. Más de 2,5 millones de peregrinos que llenaron de ambiente cristiano las calles, las plazas y los metros de esa gran ciudad.

Se podía percibir una jovialidad sana impresionante. Todos se saludaban por las calles, sólo por ser peregrinos. Otros cantaban y gritaban por Cristo y el Papa mientras caminaban o esperaban para comenzar los eventos con el Santo Padre. Nadie respondió a los insultos y protestas contra los peregrinos católicos, o mejor dicho, sí respondieron, pero respondieron con la oración y el amor. Fue maravilloso ver a más de 2 millones de personas en silencio absoluto, por más de 10 minutos, muchos cayendo de rodillas, para adorar a Dios en la Vigilia de Cuatro Vientos. ¿Eso es una Iglesia en decaimiento?

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