17 de marzo de 2012

El bebé del Titanic

Autor: Álvaro Correa
        
         El cuerpo de un bebé flotaba sobre el océano. Seis días antes el Titanic había naufragado. Unos marineros, de bandera canadiense, recogieron de las aguas sus restos mortales y los sepultaron en el cementerio de Halifax, capital de Nueva Escocia. Durante noventa años el cariño de las personas del lugar, un ramo de flores y un osito de peluche han acompañado al bebé desconocido, la víctima más inocente de esa tragedia naval.

         Noventa años hemos esperado para saber cómo se llamaba el bebé. Un equipo de investigadores y médicos legales indagó con tenacidad en el álbum de los acontecimientos. La investigación concluyó con un examen del DNA de los restos del bebé - que no eran más que seis gramos de huesos y tres dientes- . El índice apuntó a las lejanas tierras de Finlandia. Se supo entonces que el bebé tenía trece meses y que viajaba en tercera clase con su mamá y cuatro hermanitos. La familia procedía de Finlandia y se dirigía a Pittsburgh, Pensilvania, para reunirse con el padre que trabajaba en una mina de carbón. Tras el naufragio sus parientes creyeron que el océano había sido la tumba del pequeño. El 7 de noviembre de 2003 se esculpió el nombre sobre la lápida. El bebé se llamaba Eino Viljami Panula.

         Resulta áspero para la imaginación ensamblar el terror de la tragedia del Titanic con el cuerpo frágil de un bebé de trece meses, abrigado en su chamarra de piel -como atestiguaron los marineros canadienses-. Sin embargo, es grande ahora el consuelo de conocer el nombre de ese ángel que partió al cielo. Durante noventa años Eino ha sido como una cometa que ha lucido la estela luminosa de las oraciones y del afecto de muchas personas buenas.

         Este caso permite pensar también en otros muchos, desgraciadamente muchísimos bebés, que han dejado este mundo sin nombre. En aquellos que el aborto ha ahogado en el océano del egoísmo humano. Ellos son las víctimas inocentes en las tragedias de la humanidad actual. Y ellos también llevan la estela del afecto y de las oraciones de quienes sí los amaron desde su concepción en el seno materno.

         Cuando una mujer, que ha recurrido al aborto, cae en la cuenta de su atrocidad, vuelve su mirada arrepentida hacia el bebé que ya no puede abrazar. Espontáneamente le da un nombre e inicia con él un diálogo de corazón a corazón. El nombre devuelve el rostro al niño y lo rescata de las garras del olvido culpable.

         Sigue creciendo el número de personas que promueven la sepultura de los fetos abortados. Son como los marineros que recogieron a Eino. Ellos dan la posibilidad de que  un día la madre o sus familiares encuentren las tumbas de esos inocentes y acudan para darles un nombre recuperando en su corazón la existencia que les negaron. Sin embargo es de temer que mientras el egoísmo humano flote sobre la sociedad, como el iceberg que abatió al  Titanic, tendremos que seguir rescatando a los niños inocentes que mueren sin nombre.

         Dios quiera que prevalga el amor a la vida desde su concepción, como un don precioso e inviolable. Quienes sepan tender la mano a las mujeres embarazadas y a los matrimonios en dificultad serán bienhechores en este mundo y ante los ojos de Aquél que plasma su propia imagen en cada nuevo ser humano.

         Eino Viljami Panula, descansa en paz.

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