12 de abril de 2012

La calumnia de Apeles

Autor: Álvaro Correa

          Alessandro di Mariano Filippepi, comúnmente conocido como Sandro Botticelli, es un  célebre pintor del renacimiento italiano (Florencia 1445-1510). Contemplando su galería magnífica, encontramos un cuadro en témpera sobre madera que ha suscitado no poca curiosidad y reflexión. Se trata de la calumnia de Apeles.

          El pincel de Botticelli quiso donar cuerpo visible a una escena mitológica trasmitida por el poeta Luciano. Éste narra que un pintor griego, llamado Antifilos, se comía de envidia hacia su colega Apeles, y con malevolencia lo acusó de provocar una revuelta contra el rey egipcio Ptolomeo IV. El pobre Apeles fue encarcelado y hubiera terminado sus días entre las rejas si no hubiera sido porque el verdadero líder de la rebelión declaró la inocencia del pintor. El rey egipcio echó marcha atrás para hacer justicia, concedió la libertad a Apeles, y en retribución le dio como esclavo a su acusador Antifilos.

          No se sabe con certeza por qué razón Botticelli pintó este cuadro. ¿Se trataba de una aplicación de la escena en defensa propia contra alguna calumnia? Podría ser, pues había sido acusado de mantener relaciones homosexuales con sus discípulos, acusación que nunca fue comprobada y que se mantuvo sin consecuencias. Otra posibilidad es que el cuadro sea un refugio contra la predicación mordiente de Savonarola. Éstas son sólo hipótesis y quedan como tales, sin fundamento puntual. Lo que podemos suponer es que la pintura tiene una razón de ser y que, por medio de ella, Botticelli deseaba transmitir una moraleja clara a los hombres que la contemplaron en su momento, y a los llegaríamos en las generaciones siguientes.

          Nuestra mirada puede detenerse en los personajes del cuadro para admirar la intuición genial de Botticelli y para recoger alguna lección útil.

* La víctima de la calumnia es el joven que va siendo arrastrado. Está desnudo, porque no tiene nada que ocultar y porque lo han despojado de su honra y de su buen nombre. Sus manos se alzan en gesto suplicante implorando la liberación. Esta imagen dramática visualiza de qué manera las víctimas de la calumnia son humilladas. Para éstas la única defensa que existe es su propia declaración de inocencia, que la calumnia se encarga de sumergir en el fango de la mentira. Las víctimas de la calumnia se presentan solas ante su tribunal, pues son abandonadas a su suerte.

* La calumnia es una bella doncella, joven y grácil. Su malicia es patente: se pone como careta la inocencia que ha robado a su víctima, la agarra por los cabellos, y la arrastra hasta la presencia del rey para pedir su condenación. ¿De dónde saca tantas fuerzas para arrastrar a su víctima como si fuese un velo de seda? La calumnia oculta bajo su ropaje impecable la potencia de la pasión y del vicio incontrolado. Botticelli coloca una antorcha en su mano para visualizar que la calumnia se propaga como el fuego. Las personas envueltas por la calumnia son personas quemadas vivas ante los ojos de los demás. Una vez encendido el fuego, ¿quién mete la mano para apagarlo? Los amigos de la víctima que se aventuren a hacerlo correrán el riesgo de ser quemados por la misma llama.

* Hay dos jovencitas que avanzan trenzando los cabellos de la calumnia. Son sus cómplices leales, su sombra inseparable. Se trata de la impostura y de la perfidia. La definición de ambas esclarece porqué la calumnia echa mano de ellas: La perfidia es la “deslealtad, traición o quebrantamiento de la fe debida”, y la impostura es la “imputación falsa y maliciosa, el fingimiento o engaño con apariencia de verdad”. No hay un vicio que actúa solo e inerme. La complicidad entre ellos los vuelve terriblemente fuertes. La víctima cae al suelo por la zancadilla de la impostura y de la perfidia. Atacan por la espalda. Se presentan con rostro y sonrisa de amistad, pero su actuación revela su verdadera silueta. La impostura y la perfidia caminan juntas, apoyan a la calumnia y comparten la misma envida, entendida como la tristeza o pesar del bien ajeno. Les causa malestar el bien de la persona que dañan y les parece poco el mal que le infligen.

* Hay un hombre cubierto que toma con la mano derecha a la calumnia y que fija con la izquierda al rey. Está un paso adelante de la calumnia, de la impostura y de la perfidia. Se presenta ante el rey como el portavoz de las acusadoras: es el odio. No se podía esperar un personaje diverso en esta escena. La calumnia es hija del odio; ésta no ostenta la fiereza de su padre, pero le es semejante en todo, especialmente en sus intenciones y maneras de actuar. El odio fija sin temor su mirada en los ojos del rey; no parece que suplique un favor, más bien exige una pronunciación a su favor. La postura del odio es erguida y firme; cuando acusa no suele inclinar la cabeza ante nadie, ni siquiera ante un soberano.

* El rey está sentado sobre su torno. A él compete juzgar las acusaciones y emitir un juicio. Lamentablemente los hombres no estamos siempre atentos para escuchar el consejo debido. El rey se encuentra entre dos doncellas que representan la ignorancia y la sospecha. La calumnia necesita de ellas para ser escuchada. Las víctimas de las calumnias saben que el rey ha emitido su juicio de condenación por haber dado crédito a la ignorancia y a la sospecha, sin haber escuchado y creído debidamente al inocente. Es más, la calumnia sabe que incluso la defensa del inocente puede volverse contra él si en el corazón del rey se abren las grietas de la sospecha. ¿Por qué los hombres somos tan prontos a creer el mal que escuchamos sobre otra persona y pedimos que se ponga a prueba el bien que hace? Quizás por esta razón Botticelli, no sin cierto toque de genialidad irónica, pinta al rey con orejas de burro. Parece que, desde siempre, las orejas largas y peludas del burro quedan bien a las personas que prestan su oído a la calumnia y son negligentes para descubrir su engaño y argucias.

* La figura femenina, al lado opuesto al rey, es la representación de la verdad. Ésta no mira la escena; eleva los ojos y su mano derecha hacia el cielo, implorando el auxilio de la divinidad en favor del hombre desvalido y acusado injustamente. La verdad está desnuda, como la víctima inocente. En su aparente debilidad, reside su belleza. La verdad no lleva ropajes, a diferencia de la calumnia, que necesita encubrir la inocencia que ataca y las falacias con que actúa. La desnuda verdad viene conocida por los corazones limpios.
         
* La última figura, cubierta por un velo negro, que apenas deja ver parte de su rostro, es la compunción. Ésta voltea hacia la verdad. Una acepción de la compunción viene entendida como “sentimiento que causa el mal ajeno”. En verdad causa mucho dolor y pena ver cómo la calumnia destroza vidas de hombres y mujeres inocentes; son despellejados vivos bajo culpas que no cometieron. La compunción que sienten las personas conocedoras de la verdad es un consuelo para las víctimas, pero no su liberación.

          El análisis de este cuadro de Botticelli impresiona por la fuerza de su mensaje. Su genio ha convertido el pincel en un bisturí para abrir conciencias e invitarlas a la reflexión. ¿Este cuadro fue concebido como defensa propia? No lo sabemos a ciencia cierta, pero nos deja claro un mensaje: ¡Qué lamentable es la condición de las víctimas de la calumnia!, ¡cómo se degradan  las personas que la pronuncian!, ¡qué tramado de vicios hay entorno a la calumnia!

          Este cuadro fue concebido por Botticelli sobre la narración del poeta Luciano. De hecho se trata de su último cuadro de tema mitológico. Si el ilustre pintor nos permitiera introducir un personaje más, los cristianos no dudaríamos en dar un puesto relevante... ¡al amor! Quizás podríamos colocarlo en pie, junto a la verdad desnuda, o de rodillas, confortando al inocente. No puede faltar el amor sobrenatural en las grandes pruebas que los hombres afrontamos. Desde que Cristo es el mayor inocente condenado, desde que Él pronunció palabras de perdón en la cruz para sus verdugos, desde que Él ha prometido quedarse con nosotros hasta la consumación de los siglos, desde entonces las personas calumniadas saben que la última palabra no será  pronunciada por la calumnia, por el odio o por un rey ingenuo o inicuo. ¡La palabra última y decisiva compete al amor! La inocencia de la víctima es su garantía para ser amparada por el Señor, que es todo Amor.

          El puesto del amor quedaría bien junto a la verdad desnuda, porque el triunfo de la verdad es justamente el amor. La verdad desnuda es defendida por el amor; éste responde a sus gemidos ante las injusticias. La verdad no es defendida por el odio que la traiciona y ataca, sino por el amor. La verdad se pronuncia no con rabia incontrolada, sino con bondad y palabras de misericordia. La verdad siempre sale a flote en las vidas que se han regido por el amor y han caminado haciendo el bien a su prójimo.

          El amor también quedaría bien de rodillas junto a la víctima, mientra viene arrastrada cruelmente por la calumnia. El amor consuela, da las fuerzas que el odio intenta arrebatar, y mantiene la serenidad del alma. De hecho, la víctima inocente no tiene más fuerza que la de su amor y no paga con la misma moneda a la persona que lo ha denigrado. El amor también se humilla y se deja arrastrar junto a la víctima, pero siempre tiene los recursos para levantarse con dignidad.

          La victoria final del amor y de la verdad es no sólo el reconocimiento de la inocencia del inculpado, sino la conversión de la persona que ha proferido, por debilidad o por vicio adquirido, la calumnia. El ejemplo viene del mismo Jesús, cuyo triunfo en la cruz no fue la condenación de sus verdugos, calumniadores y envidiosos, sino su conversión al amor. El cuadro que no pintó Botticelli es el de la victoria de la verdad y del amor sobre la calumnia. Esta tarea espera al pincel de otro genio.

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