9 de abril de 2012

Confesión “egocéntrica” y confesión “teocéntrica”



Autor:  Fernando Pascual

En un libro titulado “Meditaciones sobre la fe”, el P. Tadeusz Dajczer distingue dos tipos de religiosidad. La primera es egocéntrica. La segunda, teocéntrica.

En la religiosidad egocéntrica, según el P. Dajczer, “el hombre centra su atención en sí mismo. No toma en consideración a Dios y lo que tiene en cuenta es su propia situación”.

En esa religiosidad egocéntrica, un bautizado va a la confesión para purificarse, “para estar bien delante de Dios”, como quien recibe una aspirina o un calmante que “permite recuperar el buen estado de ánimo”.

La situación es muy diferente en la religiosidad teocéntrica. En ella, el hombre “no se fija tanto en sus propios pecados, sino que toma el pecado como punto de partida para que a través de la fe, descubra la misericordia de Dios”.

La confesión se vive, entonces, de una manera muy profunda y hermosa. El hombre teocéntrico, “al acudir al confesonario piensa, ante todo, en que hirió a Cristo; y quiere renovar la amistad que hirió voluntariamente. Quiere, con su arrepentimiento, darle a Cristo la posibilidad de perdonar, y con esto darle alegría”.

Como explicaba el cura de Ars, citado por el P. Dajczer en su libro, con el pecado “crucificamos a Cristo, pero cuando vamos a confesarnos, vamos a liberarlo de la cruz”.

El sacramento de la confesión es un encuentro de amor. El penitente acude al mismo con el dolor de su pecado. Pero ese dolor puede ser pobre, incluso egoísta, como quien busca simplemente un poco de alivio.

Dios, en cambio, desea acoger al pecador con un amor inmenso, desproporcionado, paterno. Recibe al hijo como hijo, lo rodea de gestos de cariño, desea perdonar los pecados, grandes o pequeños, para así eliminar los obstáculos que nos impiden amar.

Si dejamos de lado la mentalidad egocéntrica y penetramos en la visión teocéntrica, la confesión se convierte en un momento especial de alegría, de gozo, de paz.

En lo más íntimo de nuestra conciencia, desde las palabras de un sacerdote que nos acoge como ministro de la Iglesia, podremos escuchar la voz de Cristo que nos recibe, que nos limpia, que nos rescata, que nos viste con el traje de fiesta, que nos abraza mientras susurra: “Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más” (Jn 8,11).

(Las citas del P. Tadeusz Dajczer están tomadas de “Meditaciones sobre la fe”, San Pablo, Madrid 1994, 6ª ed., pp. 101-102).

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