26 de abril de 2012

Desde el pecado hacia la humildad

Autor: Navegando entre ideas

Nos duele descubrir que hemos pecado. Pero si miramos el pecado con un profundo arrepentimiento y desde una auténtica humildad, no sólo no nos estorba, sino que nos permite acercarnos a Dios.

Es algo sobre lo que han reflexionado muchos santos. En un libro titulado “El arte de aprovechar nuestras faltas” (del P. José Tissot) encontramos varias citas que sirven para ver cómo tras un pecado podemos crecer en la virtud de la humildad. Aquí las reproducimos:

«Algunas veces Dios permite que los pecados de almas nobles y grandes sean conocidos. Se iban insinuando en ellas intenciones de vanidad. El Señor, por medio de esas faltas, quiere despojarlas de la gloria mundana por la cual arrostraron toda clase de peligros, y al mostrarles que es efímera como la flor de los campos, las obliga a que se dediquen a Él sin reservas, y a que le consideren como el único fin de todas sus acciones» (san Juan Crisóstomo, Exhortat. ad Stagyr., n. 9)

Y el santo Obispo de Constantinopla, después de citar ilustres penitentes que se llenaban de contrición al meditar los beneficios de Dios, y al recordar sus propias imperfecciones, añade: «Para nosotros, estos remedios son insuficientes. Para triunfar sobre nuestra soberbia, es necesario otra fuerza. ¿Cuál? La multitud de nuestros pecados, y la perversidad de nuestra conciencia, que después de habernos hundido en mil torpezas, todavía se atreve a hincharnos de soberbia»  (san Juan Crisóstomo, De compunct., lib. II, n. 9).

San Agustín: «Dios mira con más agrado acciones malas a las que acompaña la humildad, que obras buenas inficionadas de soberbia» («Plus placet Deo humilitas malis in factis quam superbia in bonis», Homil. de Public. et Pharis.).

San Optato de Milevi: «Más valen los pecados con humildad, que la inocencia son soberbia» («Meliora sunt peccata cum humilitate quam innocentia cum superbia», Contra Donat., lib. II).

San Gregorio de Nicea: «Un carro lleno de buenas obras, guiado por la soberbia, conduce al infierno; un carro lleno de pecados, guiado por la humildad, lleva al Paraíso».

San Gregorio el Grande: «Sucede muchas veces que quien se ve cubierto de manchas delante de Dios está, sin embargo, ricamente engalanado con el vestido de una profunda humildad».

San Bernardo termina así una magnífica apología de la virginidad y la humildad: «Para marchar sobre las huellas del Cordero, el pecador que toma los senderos de la humildad lleva un camino más seguro, que aquel que siendo virgen sigue las vías de la soberbia; porque la humildad del primero le purificará de sus manchas, mientras que la soberbia del segundo no puede menos que manchar su pureza» (Homil. I super Missus, n. 8).

El mismo Doctor dice en otra parte, interpretando un versículo del Salmo 24: «Es el Señor justo y bondadoso quien ha dado una ley a los que desfallecen en el camino. Estos son los que se alejan de la verdad. Pero Dios no los abandona; les ofrece el camino de la humildad que debe conducirlos al conocimiento de la verdad» (San Bernardo, De gradibus humilitatis).

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