20 de abril de 2012

El arte de corregir

Autor: Álvaro Correa

El arte de educar comporta el arte difícil de corregir. Este comentario será una aproximación valorada al caso en el que un niño falta a su deber y levanta la mirada hacia sus padres. ¿Cómo corregir? ¿Qué decirle? Las circunstancias son irrepetibles como las personas, pero semejantes. Sin agotar el tema, se expondrán los principios generales que respeten el libre y fructífero ejercicio de la autoridad moral de todo padre.

I. EL NIÑO HA FALTADO. Análisis de su actitud

El niño-adolescente, en su evolución y enfrentamiento con las situaciones de la vida, tarde o temprano experimenta el dulce vértigo de las faltas: riñas, mentiras, pérdidas de tiempo, etc. En este primer estudio situémonos en el interior de un niño, culpable de infringir una falta cualquiera. Supongamos el caso de que ha mentido diciendo que “no encontraba sus tenis” para librarse la clase de educación física:

Caben tres posturas posibles en el niño:

1ª El niño es verdaderamente honesto. Dará marcha atrás y expondrá espontáneamente y arrepentido la verdad. Es probable.

2ª El niño posee un mínimo de honestidad, su conciencia le echa en cara la falta, pero no se siente seguro para declarar su falta. Muy probable.

3ª El niño carece de ese mínimo natural de honestidad. Nada probable.

De cualquier manera, le es difícil dar el primer paso hacia el reconocimiento de la verdad y de su falta. En este proceso el papel de los padres es esencial. Sin pretensiones filosóficas, el niño intuye que “toda causa produce un efecto”. En su lenguaje son los binomios: “falta-castigo”, “buena acción- premio”. Sin conocer la reparación merecida, tiene por cierta la necesidad de ésta, aunque no la acepte porque es nota común el miedo al castigo que influye en su ánimo más fuertemente que en el adulto (cf. V. MARCOZZI, Psicologia antropologica, PUG, Roma 1974, p. 59).

Tras la falta esperará entonces o sufrir resignadamente cuanto pueda venir, o atenuarla lo más posible justificándose, o buscar la manera de sepultar todo rastro de culpabilidad. Queda siempre en pie actitud ejemplar de esos niños sinceros que “dan el primer paso” y buscan reparar sus faltas, sin embargo aquí analizamos los casos conflictivos.

II. EL MOMENTO DE LA CORRECCIÓN

Inevitablemente “nada hay oculto que no llegue a saberse” (Lc 17,37). El niño enfrentado a sus hechos puede aún negarlos: “Los tenis estaban en la mochila pero no los vi”. Es el padre quien ahora puede guiar hacia la opción por el bien.

Toda la psicología del niño apunta inconscientemente en este encuentro padre-hijo al análisis minucioso de las palabras que escuche y de la actitud que observe hacia él. Si el chico se da cuenta de que su padre es inexperto podría pasarse de la raya en los primeros contactos y armar un pequeño alboroto a cambio de informarse hasta dónde llega su energía y mal humor (cf. H. ANTOÑANA, Entre chicos por primera vez, “La esfinge”, Mensajero del Corazón de Jesús, Bilbao 1961, p. 18). La gran pedagogía del padre fracasa o triunfa en estos momentos de cruce forzoso. El padre que sin más le riñe o se enfada, empaña la justicia de sus palabras por muy rectas que se supongan y abre distancias innecesarias con perjuicio de la confianza mutua (Ibid. p. 48). Si la actitud del niño logra romper la serenidad del padre, éste se dejará guiar más por su actitud airada que por la reflexión sobre los hechos (cf. J. CANALS, San Juan Bosco -Obras fundamentales-, II, BAC, Madrid 1978, p. 599). Pero si en su corazón arde el anhelo de cumplir con su misión sublime de padre, tenderá a superar la circunstancia e indagar la razón que movió al niño para obrar así y llegar incluso a mentir. En la poca sumisión del niño sus padres lamentablemente llevan buena parte de culpa. ¿Ese niño ha mentido porque está enfermo y no se le ha atendido? ¿porque no sabe jugar y nadie se ha preocupado de enseñarle? ¿porque algún compañero habitualmente le gasta bromas pesadas en y nadie lo remedia? ¿porque guarda una secreta preocupación familiar y no ha encontrado la confianza necesaria para comunicarla? ¿o simplemente por desprecio a la autoridad que se ha hecho temer a base de amenazas y que no ha logrado ningún aprecio de su parte? Absurdo sería pensar que la razón es el deseo de ser castigado. No faltan padres que desgraciadamente así lo creen: “Tú los has querido...” y aplican la sanción.

III. PASOS PRUDENTES EN LA CORRECCIÓN

Convendrá ahora perfilar las pautas más prudentes del comportamiento del padre coherente con su misión. Al hecho real del niño respetuoso, sincero, sumiso en la corrección, precede el llamado “sistema preventivo” expuesto por el maestro de los educadores, san Juan Bosco. Aquí analizamos al niño difícil que tropieza con mayor o menor deliberación.

Este niño culpable debería sentirse envuelto por la mirada del formador y sentir antes en su interior, por el lenguaje sugestivo de las impresiones, que en sus oídos, el reproche de su falta de honradez. Si ve que su falta no altera la ecuanimidad, ponderación y actitud razonable de su padre, aceptará con mayor agrado la llamada de atención valorando que no nace de una pasión herida o de un mero formulismo. Muy lejos quedaría la condescendencia ingenua del padre con la falta del niño. Si ésta existe, corresponderá, según su gravedad, una reparación. El arte es presentarla como medicina saludable, más aún, el hacerla desear y suscitarla automáticamente.

Los padres apelará a la nobleza del niño en quien confía, pero de la que se recogen frutos indeseados. Esta reflexión golpea interiormente al niño y hasta lo desconcierta. Considérese que “para los niños es castigo lo que se hace pasar por tal y se ha observado que una mirada no cariñosa en algunos produce más efecto que un bofetón” (Ibid., p. 566).

Con certeza absoluta, el niño distingue entre el padre genuino, volcado cordialmente sobre cada alumno, y el “asalariado”, vigía frío de una disciplina que nunca consigue. Hacia éstos, los niños experimentan una repulsa interior en ocasiones cruel. Quien desea ser un buen padre da por tanto el primer paso de hacer sentir, sin asomo de pasión, el rechazo absoluto de la falta y la confianza en que el trasgresor tendrá la capacidad de corregirse. Esta actitud coloca al padre en el camino adecuado para dictar la sentencia justa. Para ello, buscará el momento más oportuno. Los frutos son escasos cuando el castigo cae como un rayo en el mismo instante de haber cometido la falta. Se corre el riesgo de que el niño se cierre herméticamente no estando dispuesto a confesar su culpa ni a sofocar la pasión. Conviene darle tiempo para reflexionar (Ibid., p. 601).

Si no ha existido la sanción irrevocable que “frustra el deseo de reparación” (cf. G. COURTOIS, El secreto del mando, Atenas, Madrid 1959, p. 101) y el niño abriga “esperanza de perdón” (cf. J. CANALS, San Juan Bosco -Obras fundamentales-,  p. 604), al padre bastará conducir la reflexión del niño sobre sus hechos. El niño mismo, ayudado, encontrará la respuesta y se sentirá impulsado a reparar. La gratitud hacia el padre brota natural y con ella la veneración por la autoridad, que ya no se teme, ni se prueba, sino se ama.

CONCLUSIÓN

En resumen, cito textualmente un pensamiento del P. Courtois. Condensa con transparencia el ideal expuesto en el arte difícil de corregir:

“Si verdaderamente poseéis autoridad, no tendréis apenas necesidad de castigar: un simple fruncido de cejas o una mirada un poco severa será suficiente para llamar la atención al orden, y si el niño os tiene cariño, el sentimiento de haberos dado pesar o de haberos descontentado le hará comprender que ha faltado a su deber y ése será el más eficaz de los castigos” (cf. G. COURTOIS, El secreto del mando, p. 101).

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