26 de diciembre de 2012

La luz de la Navidad

Autor: Wenderson Machado Pinto

En la fiesta de Navidad, leemos que los pastores de Belén fueron los primeros en ser convocados al pesebre para ver al recién nacido: “Fueron con presteza y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre” (Lc 2,16).

Ellos fueron los primeros en encontrarse con “este rayo de la noche de Navidad, rayo del nacimiento de Dios, que no es sólo el recuerdo de las luces del árbol junto al pesebre en casa, en la familia o en la iglesia parroquial, sino algo más” (Juan Pablo II, La Navidad del Señor, 13 de diciembre de 2001). Es el mismo Dios que se hace un pequeño niño para demostrar su amor a todos los hombres.

Los pastores tuvieron su momento de encuentro con Dios; tuvieron el momento que muchos de nosotros anhelamos y buscamos. Pero, para hacer este encuentro, es necesario dejarnos envolver por el esplendor de una fe que nos dice que este pequeño niño es Dios, y que sólo Él puede cambiar nuestra vida.

Tenemos que darnos cuenta de que en Belén “ha aparecido la gracia de Dios, portadora de salvación para todos los hombres” (Tit 2,11), que ahí está la luz que es nuestro faro en medio de las tormentas de la vida diaria. Éste es el misterio de la encarnación del Verbo Divino, el misterio que es la única razón de por qué “en la noche de Navidad resuenan cantos de alegría en todos los rincones de la tierra y en todas las lenguas” (Juan Pablo II, Homilía, 24 de diciembre de 1999).

La luz de la Navidad es Cristo, y Él brilla en todo momento esperando que le veamos, que le apreciemos. Él es la luz que llega para quedarse con nosotros, para iluminar toda la oscuridad en los acontecimientos de la humanidad.

Cuando nos encontramos con esta luz, por más dura que sea nuestra vida, todo cambia, porque nos hemos encontrado con Dios. Y como nos dice el Papa Benedicto XVI: “Si somos pastores o sabios, la luz y su mensaje nos llaman a ponernos en camino, a salir de la cerrazón de nuestros deseos e intereses para ir al encuentro del Señor y adorarlo. Lo adoramos abriendo el mundo a la verdad, al bien, a Cristo, al servicio de cuantos están marginados y en los cuales Él nos espera” (Benedicto XVI, Homilía, 25 de diciembre de 2007).

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