7 de diciembre de 2012

Teología Otoño-Invierno

Autor: Anthony Queirós

En noviembre de este año 2012, la cúpula de la Iglesia Anglicana en Inglaterra se reunió para debatir si las mujeres debían ser admitidas al episcopado en la isla de Su Majestad. Al mismo tiempo, un grupo de parroquias católicas suizas ha decidido sumarse a los movimientos de disidencia en Austria, con un manifiesto que reivindica puntos como la admisión de no-católicos a la Eucaristía.   

Un primer análisis metería los dos casos en el cajón revuelto de la “teología liberal”, compartida por diferentes iglesias y confesiones cristianas a partir del siglo XX. Sin embargo, el término “teología” implica una reflexión sobre la fe con un mínimo de coherencia interna. Y esto es precisamente lo que falta a estas y otras muchas propuestas de cambio ensalzadas como “liberales”.

Las razones que aducen sus defensores no son de orden teológico o filosófico, sino de adecuación a las ideologías en boga. Así, más que “teología liberal” convendría una denominación como “teología otoño-invierno” o “primavera-verano”, ya que su parámetro es la moda.

A lo largo de los siglos, el cometido de los teólogos fue llegar a una mejor comprensión de la verdad revelada, recibida por una tradición de creyentes. La  teología otoño-invierno invierte radicalmente este papel, al erigirse en creadora de un nuevo Cristianismo, en el cual abunda lo políticamente correcto y se echa de menos la referencia a valores inmutables.

Pero, ¿qué es lo que realmente ofrece la teología a la humanidad? No es la adecuación, sino la creencia firme en verdades sólidas y estables lo que sirve de sostén en épocas de crisis. Y la teología otoño-invierno no propone ninguna certeza firme, más bien afirma que aún en lo que se refiere a lo sobrenatural somos esclavos de nuestro tiempo. Bajo pretexto de más humana, quita al hombre sus mayores fuentes de esperanza.

La “teología tradicional” es acusada de conservadora y de no abrirse a los nuevos tiempos. Pero precisamente este conservadorismo de la Iglesia ha cambiado el mundo. Consciente de conservar una verdad sobrenatural, la fe cristiana en sus orígenes se opuso al materialismo, al hedonismo y a la idolatría del mundo pagano, y los derrotó.

Al final, los anglicanos no han aprobado la ordenación episcopal femenina, y posiblemente en unos cuántos años casi nadie se acordará del movimiento de rebeldía en Suiza. ¿Hay que preocuparse por estos hechos, que en el momento presente no parecen tener mayores consecuencias, y que además, no tocan realmente el centro de la religión cristiana?

Lo esencial no son los hechos, sino la manera de entender la fe expresada en ellos. Si esta pierde su originalidad y su capacidad de confrontar el mundo con una convicción sobrenatural, servirá de muy poco. La Iglesia jamás se ha adecuado a la ideología, aunque el precio fuera el martirio. Por ello hoy somos cristianos.

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