25 de noviembre de 2013

La convicción de lo invisible

Autor: Michel Errecart

La fe para muchas personas es un enorme sentimiento, para otras personas es un salto a un vacío existencial, para otros es un tranquilizante ante los problemas que se puedan presentar en la vida.

Hace unos días me estaba preguntando a mí mismo el porqué es tan difícil para tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo crecer en la fe y en la confianza. Pude llegar a esta respuesta con una luz en la oración.

La fe, a un nivel natural, es una disposición natural del hombre a creer y a orientar su vida ante un ser superior. La fe, como don de Dios, nos lleva a confiar en Él. Entonces podemos estar seguros de que nunca nos falla y jamás nos abandonaría en nuestro recorrido por la vida. La fe es una adhesión personal del hombre a Dios que nos ha creado a su Imagen y Semejanza.

Un aspecto que me hace reflexionar a menudo en mi vida es pensar que todo es iniciativa de Dios. Su amor hacia nosotros va primero y eso debe de llenar nuestro corazón y hacerlo crecer en el amor.

Me gusta mucho pensar que la fe es algo grande. A fin de cuentas, mi fe se funda directamente en la Palabra de Dios. Por ello creo que una de las cosas que nos pide la Iglesia hoy es crecer en nuestra fe y confiar en la Palabra divina porque en ella encontraremos las respuestas a las necesidades de la fe.

Este año de la fe que acaba de concluir ha sido una puerta. Una puerta en la cual entramos hacia algún lugar desconocido. Eso es precisamente lo que la Iglesia nos pide, que nos atrevamos a entrar en esa puerta de la fe y en la confianza en Dios.

Un aspecto que considero que es esencial para entender la fe es que juntos como hijos de Dios nos ayudamos a vivir la fe como familia en la Iglesia. Si logramos esto, el año habrá dado sus frutos.

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