13 de noviembre de 2013

Volver a los confesionarios

Autor: Santiago Kiehnle

Estoy convencido que si hay tanto mal en el mundo en gran parte se debe a que nos hemos alejado de los confesionarios. Pero para entender esto hay que comprender el sacramento de la reconciliación.

Todo pecado conlleva pena y culpa. La confesión perdona la culpa pero quedan las penas, que son las consecuencias del pecado. Se necesita un esfuerzo posterior para repararlo, y esto es la penitencia que nos deja el confesor.

Cuando cometo un pecado estoy “creando” el mal. Puedo arrepentirme después, pero el mal queda ahí. Necesito que Alguien lo anule y regrese a la nada ese mal que yo he creado. Yo solo no puedo anular ese mal, necesito ayuda de Aquel que es el único que puede hacerlo. Y Él lo hace a través del sacramento de la reconciliación y la penitencia.

Supongamos que estamos en un gran edificio. Cuando cometo un pecado rompo una ventana. Puedo arrepentirme después y pedir disculpas, pero eso no quita la ventana rota. Lo que debo hacer es reparar esa ventana, poniendo un cristal nuevo. El sacramento de la reconciliación, junto con la penitencia que el sacerdote nos da, repara esa ventana rota.

El mundo de hoy es ese gran edificio lleno de cristales rotos esperando a ser reparados. Mientras no arreglemos esas ventanas el edificio seguirá teniendo corrientes de aire, se llenará de polvo y entrará la lluvia.

¿Qué puedo hacer para reparar todos esos cristales que no he roto yo? En primer lugar invitar a los demás a repararlos en el confesionario. También puedo ayudar a repararlos pidiéndole a Aquel que puede hacerlo. Esto se hace ofreciendo actos de amor y de reparación al Sagrado Corazón de Jesús.

Busquemos reparar los cristales de nuestro edificio, empezando por aquellos que hemos roto nosotros, y buscando ayudar a reparar también todos aquellos que no haya roto yo.

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