20 de noviembre de 2013

No querer ver

Autor: Max Silva Abbott

Parece que es muy cierto aquello de que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y a decir verdad, lo anterior se hace más evidente gracias a los portentosos avances de la tecnología, que pese a mostrarnos con pelos y señales lo evidente, es negada una y otra vez fruto de una porfía enajenada. 

Este fenómeno parece ser hoy particularmente patente respecto del no nacido. Ello, porque nunca antes habíamos tenido tantas pruebas, contundentes e irrefutables de su increíble y delicada realidad. O si se prefiere, lo que hace algunas décadas era una poderosa intuición, apoyada en estudios relativamente indirectos, hoy ha sido comprobado más allá de toda duda: la existencia de un ser vivo de nuestra misma especie (“uno de nosotros”, para recordar esta notable iniciativa europea), desarrollándose a toda velocidad dentro del vientre de su madre.

Lo anterior ha sido posible sobre todo gracias a las ecografías, que muestran al embrión o feto en tiempo real (al punto de casi dejar de ser una “sorpresa” su aspecto una vez que nace) y por la genética, que revela el increíble ajuste de los “hasta ahora” elementos más pequeños de nuestra corporeidad y lo delicado de su funcionamiento y equilibrio.

Sin embargo, pese a esta avalancha de pruebas, la ceguera de muchos parece no tener límites. Ya no sólo se dice que el producto de la concepción sería un ser humano, pero no una persona, en atención de faltarle algún atributo o requisito considerado fundamental para serlo (anidación, sistema nervioso, viabilidad, autoconciencia, etc.); otros, yendo más allá, sostienen que podría ser un ser vivo, mas no de la especie humana; incluso hay quienes se han atrevido a sostener, contra la lógica más elemental, que no se trataría ni siquiera de un ser vivo. Seguramente es por eso que en algunos sectores hace tiempo ya han comenzado a tratar al embarazo como una enfermedad de transmisión sexual.

Es decir, en el momento en que tenemos más pruebas para estar seguros de algo, es cuando de manera más porfiada, se niega algo evidente. ¿Qué es lo que ocurre aquí?

Sencillamente (aunque en el fondo sea un misterio), que no somos guiados en nuestro actuar y en nuestra forma de conocer sólo por la razón, sino también por las emociones y los sentimientos. Y dentro de esta mixtura, dichas emociones y sentimientos pueden llegar a nublar completamente a la razón, a fin de no reconocer aquello que sencillamente, no conviene reconocer, por las razones que sean.

De este modo, existen vastos sectores tan interesados por tener una sexualidad sin límites o contratiempos, o por lograr ganancias en el área de la sanidad por cualquier medio; o que quieren controlar la población sin importar cómo, que se ha acabado negando lo evidente, y en no pocos casos, con prepotencia o incluso intimidación.

Hoy es el no nacido; mañana puede ser cualquier otra cosa. ¿Hasta dónde llegaremos en este afán de conformar la realidad a nuestro capricho?

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