22 de noviembre de 2013

Pasajeros inevitables

Autor: Celso Julio da Silva

¿Puedo ser santo con mis tropiezos y caídas?- típica pregunta de todos. He propuesto romper el hielo dando la vuelta a la tortilla: ¿puedo ser santo sin tropiezos y caídas?

Muchas veces... he pensado que los verdugos de los mártires y los perseguidores de los santos son a menudo algunos hagiógrafos con sus plumas plagadas de idealización. ¡Cuánta humanidad se les quita a los santos! Leyendo ciertas biografías nos ponemos boquiabiertos o distraídos ante la cima que ellos conquistaron, tan elevada que se desgarra de nuestra realidad. Nos sentimos niños que con brincos menudos intentan meter mano al pastel sobre la mesa. ¡Pastel inalcanzable! ¡Brincos de sobra! Y… ¿el pastel?

José María Pemán puso agudamente estos hermosos versos en boca de san Ignacio de Loyola que, al dirigirse a san Francisco Javier, dice: “escríbeme, por menudo, tus andanzas y sucesos; ni los agrandes por vano, ni los calles por modesto; que de Dios serán las glorias y tuyos sólo los yerros”. Los santos también pecan y sus vidas son un estímulo para nosotros, ellos nos animan a subir la bella cumbre de la santidad.

“De Dios serán las glorias”. Santos que no quieren rezar- y que no se asuste nadie- pero el Padre Pío por las tardes solía subir al coro para estar a solas con Dios y orar. Un día lisa y llanamente dijo a un fraile que le acompañaba: “hoy no tengo ganas de orar”. Claro que la estigmatización y las largas horas de confesionario le consumían. Santos caprichosos como santa Teresa de Lisieux o aguerridos y lanzados como santa Teresa de Jesús. Sus “cadaunadas” son la gloria de Dios y testimonio que podemos imitar.

“Tuyos solo los yerros”. Nuestra vida es un viaje hacia el Cielo. A la larga muchos pasajeros suben y se sientan a nuestro alrededor. Pasajeros que son pasajeros, si vale la redundancia. Y, como nosotros, bajarán del tren cuando la locomotora haya entonado su último frenazo ensordecedor y hayamos alcanzado nuestro destino. Tenemos bastante tiempo para conocerlos y ellos increíblemente nos ayudarán a lograr la santidad. Pasajeros que, bien escudriñó Pemán, son nuestros yerros y nuestras miserias.

Estas ideas parecen estar esparcidas como claves pinjantes de una bóveda de arista de una catedral gótica, pero… ¿Qué estoy diciendo? Que la santidad sólo es alcanzable a partir del momento en que nuestras glorias no nos pertenecen, son de Dios, y nuestras imperfecciones, siendo nuestras, nos hacen humildes e indignos de participar de la santidad de Dios. Es Él quien nos invita: “entra en el gozo de tu Señor”. La santidad no es mérito, es don. Es Dios que, asumiendo nuestra carne, nos motiva y nos dice que la santidad es posible para todos los hombres de buena voluntad.

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