27 de enero de 2014

La conversión

Autor: Santiago Kiehnle

En los Hechos de los apóstoles leemos la conversión de San Pablo. Cuando iba camino a Damasco «lo envolvió un resplandor del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”» (Hch 9, 3-4). A partir de este momento su vida cambió radicalmente.

San Pablo es probablemente el ejemplo más famoso de conversión. Por eso cuando nos referimos a una conversión repentina decimos que le dio el “sanpablazo”. Pero no todas las conversiones son así de repentinas. John Henry Newman es un ejemplo de ello.

Después de experimentar a los 15 años lo que él llama su primera conversión, tardó muchos años más en aceptar el catolicismo. Se convirtió en un pastor anglicano ejemplar y muy prometedor, pero poco a poco iba teniendo más y más dudas sobre su fe. Después de un largo proceso abrazó el catolicismo, y años después llegó incluso a ser cardenal.

Así hay muchos otros casos de conversiones que han tomado mucho tiempo. Dios tiene sus tiempos y lugares para cada uno, pero lo que es un hecho es que a todos nos llama a la conversión. El que crea que no tiene necesidad de convertirse está muy equivocado, pues aunque ya seamos buenos, siempre podremos ser mejores. Saulo era uno de los fariseos más fieles y  observaba hasta la más pequeña ley. Newman era un anglicano ejemplar y con grandes ideales. Pero Dios los llamaba a algo más.

Hoy Dios también nos llama a nosotros a convertirnos. La conversión no siempre consiste en un cambio de dirección en la vida. Es más bien un cambio en el corazón. Es fijar la mirada en Jesús y abrirle de par en par las puertas de nuestro corazón.

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