3 de marzo de 2014

Cuando la soledad es hermosa



Autor: Navegando entre ideas

Hermann Cohen fue un judío lleno de cualidades artísticas. Tenía especialmente cualidades para la música. Dios lo atrajo hacia sí y se convirtió en un católico fervoroso, amante de la adoración eucarística. Luego se hizo carmelita descalzo.

Al hablar sobre la soledad, ya como sacerdote, recordará lo diferente que es una soledad sin Dios y con Dios. Estas son sus palabras:

“Mi soledad está habitada por ti, ¡oh Jesús mío! Estás conmigo todos los días de mi vida, y tú me rodeas, me llenas el alma. Antes, un vacío espantoso me entristecía cuando estaba solo, y buscaba la distracción en malos libros o en el trato de mis semejantes... Ahora, todo lo contrario. Quisiera siempre estar solo contigo, ¡oh Dios mío! ¡Qué grata es esta soledad a dos! En el Carmen, Dios solo y yo [inscripción de las paredes de los Carmelos]. ¡Qué verdad es! Dios solo y yo, y los días pasan volando deliciosamente!” (texto tomado del libro de Charles Sylvain, “Hermann Cohen, apóstol de la Eucaristía”).

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